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13 diciembre 2012

He's Got Me High


Este cuento me lo regalaron, además de que me dieron el permiso para publicarlo. ¡Disfrútenlo!

Sus helados piecillos volvieron a pasearse entre las hojas caídas de aquellos árboles que solían llenarse de porquerías; el año estaba casi acabando, así que era obvio que estuvieran mudando de hojas. Para crear nuevos recuerdos.
     Tal vez era por eso mismo que todo aquél intrigante bosque estaba lleno de olor a café y gusto a mantequilla de maní.
     Volvió a temblar un poco más por el frío que últimamente rondaba aquél lugar, y se le antojó escabullirse en una gran cobija sobre un mullido sillón. Con lo perezosa que gustaba de ser.
      Pero aquello era un lujo que no podía permitirse; por supuesto que no. Como antes lo había remarcado, el año estaba llegando a su fin, y era su labor hacer, por llamarle así, un recuento de los daños.
     Se encontró, por supuesto, con el torcido árbol en el que vivían estos pequeños seres a los que llamaban emociones; la ira estaba un poco descontrolada últimamente, y era obvio que la pereza no iba a hacer nada al respecto, porque estaba muy ocupada confabulando con gula, para jugarle una mala pasada a confianza. Echó un vistazo a aquellos pequeñines, y echó en falta a algunos; tal vez se encontraban en otro lugar, causando más estragos.
     Le pesó la idea de pasearse por aquellos lugares, pero no había más remedio. Sobre todo porque tenía razón.
     En el lago de memorias, nostalgia miraba todo, prendada de un bello osito de felpa blanco; suspirando como una joven enamorada. Le gustaba perderse en los recuerdos pasados que estas épocas le traían a flote en aquellas aguas. Ella, por lo menos, lucía calmada; no era quien le preocupaba.
     Dejó de lado aquella parte, y se dirigió a este segundo lugar, en donde un enorme reloj aturdía sus pensamientos con el tic-tac más molesto que hubiera podido presenciar; allí estaba el miedo, huyendo en círculos de futuro. Tenía que admitir que esto le preocupaba. No era que miedo fuera especialmente destacado en algo, en realidad, pero futuro había estado amedrentando un poco a todos últimamente, y no estaba dentro de las reglas la posibilidad de simplemente mandarlo a callar, era quien en realidad comenzaba a mandar en estos días.
     Frunció el ceño cuando, a lo lejos, pudo ver a inseguridad corriendo tras autoestima. Esos dos tampoco habían estado bien este año.
     ¡Habían peleado un montón! Inseguridad era demasiado abrumadora con todas las demás emociones, y gustaba de asustarlas llevándolas al cementerio de los pensamientos prohibidos. Lo cual era un problema, porque varios fantasmas ya habían salido de ahí para causar problemas.
     Con esta idea, entonces, se materializó frente a ella un espejo casi traslucido; se vio obligada a observarse.
     Los ojos cansados y llenos de ojeras; la piel pálida y ceniza, manchada por los nervios; los labios secos y partidos; el cabello opaco y quebradizo, y lo más importante: huesos donde no debería haber huesos, y carne donde no debería haber carne. Envuelto todo en aquellos trapos dignos de esa vieja muñeca que ella estaba condenada a ser en aquel bosque surreal llamado su mundo.
     Un mundo que últimamente estaba saliéndose de sus huevadas manos.
     Suspiró derrotada, y pudo ver a inseguridad sonreír con sorna mientras el espejo desaparecía frente a sus ojos.
     Como mero requisito, quiso ir en busca de alguien más antes de llamarlo otro año malo.
     Si, encontró a amor sentada, abrazando a un pequeño felpudo que parecía... ¿Un koala? ¿Y eso? Se acercó más a ella, y al hacerlo, notó como sus huesos se entibiaban un poquito más; cómo los hombros dejaban de pesarle. Quiso mirar un poco más de cerca, y entonces amor salió corriendo entre risitas de alegría. Obviamente la siguió.
     Llegó, entonces, a aquellas puertas que sólo ella sabía qué guardaban, y vio a amor colarse tras una de ellas, así que la imitó, y se asomó con precaución; dentro encontró no sólo a amor, sino a dicha, a felicidad, a ilusión, a esperanza, a confianza, a tenacidad, y a orgullo, mirando todas a la misma imagen, con aquella misma cara que pusiera nostalgia mirando al estanque de pasado, sólo que esta vez no se trataba de viejas memorias; esta vez incluso ella sonrió.
     En el centro de la habitación, había un muñequito como ella, sólo que él no era de trapo, ni se veía viejo; tenía lentes, como ella, pero en su cara no brillaba sólo la inteligencia; no sonreía, pero podía sentir la calma fluir a través de sus ojos almendrados. Y la calidez, el calor de estar a su alrededor, le hizo sonreír como no había hecho en tanto tiempo.
     En ese mismo momento, luego de que Lorelei rodara por enésima vez en su cama, pensando en cosas que tal vez no debería, como las aplicaciones a la universidad, o cuánto había comido aquél día, miró el calendario, y sonrió tan torpemente como sólo aquella persona le hacía sonreír; era 11 de diciembre.
     Eso significaba que llevaba ya medio año con su encantador novio, y sólo pensar en aquello, le devolvía las emociones, y le hacía querer reír a carcajadas para expresar su felicidad.
     Se sintió tonta, entonces, por preocuparse con tonterías como las que había estado pensando antes; lo mejor de su año tenía un nombre, un apellido, y una sonrisa que le derretía las rodillas.
     Y la verdad era que no importaba cuántos problemas hubieran tenido este año, ella sabía que todo valía la pena, porque nadie, como él, le hacía iluminarse de esa manera, con sólo pensarlo.
     Era eso que llamaban amor que tanto descontrolaba los desórdenes en su cabeza; y amaba que lo hiciera.

21 octubre 2012

Mi Huracán Llevaba tu Nombre

Nunca le gustó verse al espejo.
     Mediocridad.
     Esa fugaz palabra recorría su mente cada segundo que pasaba viendo a su reflejo.
     -Lo estoy intentando- se decía. Pero sabía que era una cruel mentira.
     El pasado se escurría por su sombra y le pisaba los talones, rasgaba sus tobillos, quemaba sus piernas, hasta que se le clavaba en el corazón.
     -Sabes que no lo haces- gritaba su conciencia, carcomiéndole los sentidos hasta hundirlo en la oscuridad.
     -Claro que sí.
     Pero sólo vio el silencio y escuchó la oscuridad.
     Se perdía entre los recuerdos de su mente mientras trataba de figurar qué había hecho mal.
     -Sabes cuál fue tu mal. Amor, líbido. Un falso hogar.
     -Pero eso ya pasó.
     -Y ahora lo revives, ¿no es cierto?
     -Mi corazón se ilumina con ella.
     -Pero tu mente se nubla al hacerlo.
     Lo peor del caso es que tenía razón.
     Amor.
     Eso había sacudido cada fibra de sus nervios, electrizándole desde la punta de sus cabellos hasta la falangeta del pulgar de su pie.
     Y su mundo se desmoronó. Sucumbió frente a las cuatro letras que revolucionan al mundo.
     -La quiero a ella, nada más.
     -Pero no puedes- insistía su burlona mente-. No es lo que quieren para ti.
     -¡Pero yo lo quiero! -ahogó un grito en su interior.
     Nuevamente el silencio podía respirarse en el tóxico huracán en el que su mente giraba.
     -Es lo que yo quiero.


Título de una canción de Panda

29 mayo 2012

Si Muriera Mañana

Si muriera mañana, ¿cómo sería?
Si muriera mañana, ¿dónde estaría?
Si muriera mañana, ¿con quién estaría?
Si muriera mañana, ¿quién lloraría?
Si muriera mañana, ¿quién me vería?
Si muriera mañana, ¿en ataúd estaría?
Si muriera mañana, ¿qué panteón sería?
Si muriera mañana, todo acabaría.
Si muriera mañana… No lo querría.

13 mayo 2012

Historia de un Sueño

El sol se asomaba lentamente, a la vez que sus ojos se abrían. Despertó sintiéndose diferente. Sabía que el día que tanto ansiaba había llegado. Era el día.
      Libertad.
     Su corazón se aceleró con el simple hecho de pensarlo. La jaula que la había contenido por tanto tiempo finalmente iba a abrirse.
     Correr. Volar. Soñar. Era todo lo que quería hacer. Que el viento golpeara su rostro. Que el calor del verano o el frío del invierno no importara para ella. Al fin sería libre.
     Se preparó para su gran día. Una sonrisa ocupaba la mayor parte de su cara. Esta vez no era falsa, sino que en realidad la alegría la hacía sonreír. Nada sería malo.
     Sintió entonces ese tirón tan habitual, seguido de un movimiento involuntario de su mano. Saludaba a la audiencia que aplaudía entusiasmadamente. Un par de jalones más y comenzó a moverse con gracia a través del escenario, casi flotando, con la delicadeza de una bailarina.
     Su mente recordaba todos los malos ratos del pasado. Los tormentos, los llantos, las pesadillas. Todo lo que su persona había hecho inconscientemente, por culpa de la estupidez que la cegaba para mal. Pero ya no más.
     El acto final. El clímax. El momento perfecto.
     Sintió la emoción de la persona. Disfrutaba su trabajo. Disfrutaba el controlarla. 
     La llevaba cuesta abajo, cerca de la hoguera que resplandecía en lo más bajo del escenario. Dante parecía estar equivocado: no era hielo, sino una enorme flama lo que la mataría.
     Es hora, pensó, y con gran esfuerzo logró sacar una navaja que había escondido la noche anterior en su sostén. La persona se espantó, pues no sabía que pasaba. Eso no estaba planeado. Su sumisa compañera se había rebelado.
     Desde arriba vio como cortaba una a una las cuerdas que la ataban. Logró contemplar lágrimas en su rostro, pero dudaba que fueran producto de la tristeza. ¿Dolor? ¿Alegría? Tal vez masoquismo.
     La última cuerda cayó y la persona no sabía qué hacer. Su compañera ya no hacía lo que ella quería. Había perdido el control.


     La audiencia estaba impactada. No podían creerlo. El espectáculo no debía ser así.
     Dejó caer la navaja y recolectó todas y cada una de las cuerdas que la habían atado por tanto tiempo. Avanzó hacia la hoguera y las dejó arder. Sonreía con satisfacción. Todo había acabado.
     Las manos de la persona comenzaban a quemarse, pues estaba tan aferrada a los lazos que las unían que no supo cómo quitárselos.
     Un chillido de dolor retumbó por la sala. La audiencia huyó al ver que el escenario también había comenzado a arder bajo el calor de las llamas. Todos se habían ido, menos ella. Esa quien había logrado liberarse.
     El silencio inundó el escenario, sólo se oía ese peculiar sonido del fuego, como el de una chimenea en un frío día invernal. Y ella estaba ahí, viendo cómo todo ardía.
     Su vestido fue alcanzado por una pequeña flama, lo que provocó que se quemara poco a poco.
     Pero eso no importaba.
     Libertad.
     Por fin, por unos pocos segundos, había olvidado ese ácido sabor de boca, siendo reemplazado por un sabor de chocolate. Delicioso. Cálido. Agradable.
      Así es como sabe el ser libre.
     Cerró los ojos, ignorando el dolor de sus ahora quemados muslos. Era cuestión de tiempo para que lograra una total libertad.
     Que el sueño comience, fue su último pensamiento antes de ser consumida por el fuego.



Título de una canción de La Oreja de Van Gogh

08 abril 2012

T.I.D.

Sólo un foco iluminaba con una tenue luz la sombría habitación. Estaba vacía, húmeda y fría; un viento helado corría a través de ella, lo cual era imposible, pues no había ventanas.
     Desperté justo en el centro del lugar. Me sentía sola, confundida. Estaba asustada. Me levanté temblando. Un movimiento del otro lado de la habitación me hizo estremecer, hasta que me di cuenta de que era otra persona. Bueno, era yo. Las paredes de la habitación eran, en realidad, espejos. Reflejaban mi escuálida y frágil figura. Me observé con cuidado y descubrí que mi verde vestido estaba rasgado. Eso me preocupó.
     Una voz a mis espaldas me sacó de mi mente:
     -Chris.
     Volteé casi de inmediato. En el espejo opuesto mi reflejo no me imitaba, como es costumbre, sino me observaba con una mirada que me aterrorizaba: la rabia parecía brotarle por sus pupilas grisáceas; casi podía sentir sus ojos clavándose en mi débil persona. Me seguía con su mirada. Todos y cada uno de mis movimientos.
     -¡Eres una idiota! -gritó, asustándome de nuevo- Y eso te queda corto.
     -Eres yo. Eres igual a mí. Eso te hace una idiota, ¿o no?
     -No. Somos distintas y lo sabes. Total, no es como que me dejes salir muy a menudo, y lo que es peor, no me recuerdas, ¿o sí?
     -Eres Chris.
     -No, soy Effy. ¿Lo ves? Eres una idiota.
     El nombre de Effy retumbó dentro de mi mente, como una pelotita dentro de una caja vacía. No recordé nada.
     De nuevo un sonido me sacó de mis pensamientos, esta vez había sido un llanto el culpable. Miré a la izquierda, donde otro de mis yo lloraba desconsoladamente. Lo curioso es que este alter ego era un poco diferente. Vestía un conjunto como de oficina: una camisa blanca que estaba oculta bajo un saco muy hermoso; un pantalón de vestir negro y liso; usaba unas viejas gafas que descansaban en mi (¿o su?) respingada nariz; además, traía recogido el cabello en un chongo malhecho, con una gastada liga color marrón. Me acerqué a ella y le pregunté:
     -¿Por qué lloras? -dudé un poco sobre el nombre, así que sólo dije eso.
     -¡Porque no sabes quién soy yo! ¡Soy como tu hermana y no tienes ni una idea de quién soy!
     -Supongo que no eres Chris.
     -¡Exacto! ¡Al menos tienes un logro! -gritó tras secarse un poco las lágrimas con un pequeño pañuelo que había sacado de su bolsillo- Soy Emma, ¿me recuerdas? La aburrida y llorona Emma.
     Effy, Emma… Esos nombres no significaban nada para mí, mas el no hacerlo parecía un delito para ellas.
     -¡Mírame, Chris, mírame! ¡Por acá! -alardeó alguien a mis espaldas, seguido de una carcajada- ¡Voltea!
      Obedecí. Miré hacia atrás y me encontré con una versión distinta de mí. Vestía prendas dignas de una prostituta: una blusa ajustada con un pronunciado escote que dejaba a la vista un sostén bastante sexy; una falda muy corta que con suerte cubría su ropa interior; y unos tacones altos, pero feos. En su mano derecha traía un cigarrillo a medio acabar, y en la otra, una botella de algún licor barato. Su rostro esbozaba una sonrisa burlona y llena de malicia. Parecía que estaba ebria.
     -¿Tampoco me recuerdas, verdad? No me sorprende, debo decir, pero si te sorprendió tu embarazo, ¿verdad? Ese sí fue buen sexo, lástima que no lo disfrutaste tú. Pero pagaste las consecuencias, ¿cierto?, como las resacas que cada fin de semana te atormentan. Y jamás recuerdas, ¿no es lindo?
     El embarazo… Ese embarazo que me llegó de la nada, había sido culpa de esa loca. Pero esa loca era yo. Eso no tenía sentido.
     -¿A qué te refieres? ¿Quién eres tú?
     -¡Samantha, mujer, Samantha! Tu lado divertido, debo decir.
     No sabía qué ocurría en ese lugar. Effy, Emma, Samantha… ¿Quiénes eran ellas? ¿Qué querían de mí? ¿Por qué eran iguales a mí?
     Las tres comenzaron a hablar: gritaban mi nombre una y otra vez, me insultaban y se burlaban de mi ignorancia. Cerré los ojos. Las lágrimas comenzaron a salir. Quería gritar, quería huir del lugar. Ansiaba desesperadamente que todo acabara.
     Abrí los ojos segundos después. Estaba detrás de uno de los espejos, viéndome ahí en el suelo, llorando y tapándome los oídos. Inconscientemente comencé a gritarme, uniéndome a esos insultos. No podía evitarlo.
     Un parpadeo y me encontraba en otro espejo mientras gritaba como si de ello dependiera mi vida. Tras parpadear, vi a mi otro yo en el centro de la habitación desde otro ángulo, mas no paraba de gritarle. Con cada parpadeo mi perspectiva cambiaba.
     Volví al suelo. Estaba harta, harta de todos esos reflejos. Corrí al más cercano y di un puñetazo tan fuerte que el espejo cayó en pedazos. Una punzada de dolor recorrió mi mano, al igual que la sangre que brotaba de una herida que había nacido junto al golpe. Los vidrios caían y el sonido de los fragmentos tocando el suelo recorría el aire de la habitación.



     Las burlas cesaron. El dolor no. Aún quedaban dos espejos, lo que significaba dos reflejos insoportables. Mi desesperación creció tanto y sólo pude gritar.
*   *   *
Un llanto me despertó a mitad de la noche: mi bebé posiblemente había tenido una pesadilla, así que me levanté.
     Algo no era normal: temblaba mucho y el sudor recorría mi cuerpo, como si hubiese tenido un mal sueño. No lo sé, tal vez lo tuve, pero mi memoria jamás había sido buena.
     Me calcé mis sandalias y me dirigí a la puerta, pero algo llamó mi atención antes de que la abriese. El espejo que estaba colgado detrás de la puerta estaba quebrado. Al verme en él, mi imagen se reflejó cuatro veces. ¿Tendré siete años de mala suerte? No es un problema, le llevo ya varios años de ventaja. Salí de mi recámara y busqué a mi bebé.

09 marzo 2012

I'll Be Waiting

Esa mañana supe que algo era diferente. Recién abrí los ojos algo no era normal: ni una pizca de sueño tenía, sino una felicidad incontenible invadía mi cuerpo esa mañana. Ese día debía ser el día.

     Decidí arreglarme como nunca lo había hecho: un poco por aquí, otro poco por allá… Todo tenía que ser perfecto. Elegí mi mejor vestido, ese verde que tanto me gustaba; me peiné de una manera elegante pero sencilla; tomé mis tacones que combinaban con mi vestido y me los calcé con gracia. Se hacía tarde y tenía que llegar a tiempo.

     Salí velozmente de casa. Caminé por calles y avenidas, esquivé gente y choqué con unos pocos. Avancé casi volando, siendo toda una proeza tomando en cuenta la altura de mis tacones. Debía llegar a tiempo. Durante la carrera recibí varios piropos que sólo me hicieron sonrojarme, mas eso significaba que mi tiempo invertido en ponerme guapa había funcionado. Un par de cuadras más y llegué a mi destino.

     Esa vieja cafetería emitía el característico y delicioso olor a café, que se apresuraba a llegar a mi olfato, lo que me abrió el apetito y alegró más mi día. Ordené lo de siempre y me senté en mi lugar favorito. Sólo debía esperar.

     Los minutos pasaron y se fueron convirtiendo en horas. Logré ver desde mi lugar cómo el brillante sol matutino avanzó, hasta que desapareció para ser reemplazado por la juguetona luna. Y así como vi pasar el tiempo, también observé a muchas personas entrar o salir del local, cada uno con una historia distinta. Gente de todas formas y colores. Todos menos él.

     Todo había sido en vano. Era estúpido pensar que él vendría a verme. Cada día iba a ese lugar: el lugar donde nos conocimos, donde comenzó nuestra historia. Jamás llegó. Jamás.

    Le di un último sorbo a mi segundo café del día y me levanté, desesperanzada, triste, sintiéndome abandonada, estúpida… Mal.

     Tan metida en mis pensamientos estaba que no me di cuenta de que él estaba justo detrás de mí. Sentí sus brazos abrazándome, sorprendiéndome. Era el abrazo más hermoso que había recibido en mi vida: cálido, amoroso, sincero. Su voz susurrándome al oído con un ¿Me extrañaste? recorrió cada parte de mi cuerpo, como la sangre corriendo por mis venas, causando una alegría indescriptible. Giré para ver su rostro, su hermoso rostro que ansiaba ver desde hacía tiempo: sus penetrantes ojos me observaban con la mirada más dulce; su sonrisa, tan blanca y brillante, me hizo sonreír; su cabello tan suave, aquél que me enamoró, estaba tan perfectamente peinado. Él era tan atractivo que sólo pude besarlo. Sus labios eran mi droga favorita.

     Él retrocedió un poco, mirándome a los ojos. Yo devolví la mirada y le susurré desde el alma Te amo, pero algo no estaba bien. No dijo nada. No mostró emoción alguna. Nada. Tomó mi rostro y secó delicadamente mis lágrimas. Se acercó a mi oído y dijo dulcemente: Despierta.


     Abrí los ojos, húmedos y un poco hinchados. Él no estaba ahí. Su lado de la cama estaba tan vacío como siempre. Sólo yo y mi soledad habitábamos la recámara a la mitad de la noche. Miré el reloj que se encontraba sobre el buró. Dos de la mañana. A su lado se encontraba la fotografía de nuestra boda. Masoquismo puro. Después de que transcurriesen dos meses desde su funeral, mi mente inconsciente seguía jugándome trucos sucios. Horribles. Aun así, hubiese preferido no despertar.



Título de una canción de Adele