Páginas

13 diciembre 2013

Last Christmas

Las tiendas abarrotadas, los molestos villancicos y las figurillas de Santa Claus o de hombres de nieve me recordaban que iba tarde a la cena navideña. No es mi culpa haber olvidado comprar el regalo… O quizá sí, mi memoria nunca destacó por ser buena, de todos modos. Empujé a un par de niños latosos, a una ancianita lenta y a una mujer gritona para poder llegar al mostrador y comprar el collar que tanto me gustó para ella. Feliz Navidad, dijo el joven que me atendió, pero no le contesté.
         Odiaba la Navidad. Odiaba comprar los regalos y los decorativos navideños. Odiaba los villancicos y el frío que acompañaba a las fechas decembrinas. Mis amigos decían que los fantasmas de Scrooge me visitarían algún día, pero las visitas me desagradan más que la Navidad misma.
         No, no es que estuviera amargado, es sólo que no me gustaba el mes de diciembre. Era la racha final del año cuando todos se detenían a recordar sus mejores y peores momentos del año; cuando se proponían cosas nuevas para el año siguiente; cuando olvidaban todo por unos momentos y sólo se disponían a celebrar con sus amigos y familia, comiendo mucho y abriendo regalos. ¿Realmente lo valía? ¿De verdad sólo importa estar en familia a pesar de todo lo demás? ¿Es todo amor y perdón en la época navideña? Lo dudo mucho. Como sea, lo que los demás hagan no es mi problema.
         Llegué a mi casa después de quejarme todavía más durante el camino de regreso. Encendí la televisión y sólo había películas navideñas, así que la apagué y decidí poner música de fondo. Preparé la mesa y quedó preciosa, le di los últimos toques a la comida y la serví. Encendí un par de velas que adornaban la mesa y serví el vino en las copas que usaba en fechas especiales. Me di una ducha rápida y me puse el traje que me había regalado mi esposa hace unos años. Todo estaba listo.
         Me senté a la mesa y le di un sorbo a mi bebida. Jugueteé con la copa en mi mano mientras observaba la silla de enfrente. Estaba vacía, tal y como lo ha estado los últimos años de mi vida. Me fue imposible contener las lágrimas y rompí a llorar. La extrañaba. Quería hablar con ella una última vez. Nunca pudimos despedirnos y nunca le dije lo mucho que amaba estar con ella. Sólo se fue. Me la quitaron, mejor dicho.
         Tomé el portarretratos que tenía mi foto favorita de ella y lo puse en la mesa, quería que me acompañara durante la cena. Comí un poco, pues ya había perdido el apetito, y le platiqué sobre el último año. Le conté de mi nuevo trabajo, de cómo mi mejor amiga se casó con el hombre que amaba, del éxito que tuvieron las pinturas de su mamá… Incluso le platiqué de la mujer que me invitó a salir hace poco. No me dijo nada, claro, pero casi pude escucharla regañándome. No es como que hubiese aceptado su invitación. No era ella.
         Terminé mi cena y miré su fotografía de nuevo. Era perfecta, cada parte de ella. Sus ojos, su sonrisa, su cabello, su mirada, su figura. Era una diosa y había sido mía. La extrañaba tanto y no podía esperar a verla de nuevo.
         Me senté en el sillón donde solíamos ver películas juntos y puse esa vieja canción que tocaron el día de nuestra boda. Puse la fotografía junto a mí y cerré los ojos un momento. Suspiré y saqué una navaja de mi bolsillo. Un par de cortes en las muñecas, un desastre color rojo y estaría con ella para siempre.

         -Feliz Navidad, mi amor, llegaré a tiempo para dormir junto a ti.