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31 diciembre 2015

Miss Atomic Bomb

Las cosas cambian: a veces para bien, a veces para mal, pero nada permanece igual. La gente viene y va. Te deja experiencias importantes, recuerdos agradables -o desagradables-, lecciones por aprender; toda persona que se cruza en tu camino marca tu vida de algún modo, y es agradable cuando alguna de esas personas sobrevive el paso del tiempo y se queda junto a ti. Es increíble encontrar gente con quien puedes compartir, ser tú mismo, sentir y expresarte sin miedo. Sería perfecto encontrar a alguien así de por vida.

Pero no todo es perfecto.

         Las cosas cambian. La gente se va. Y muchas veces no se puede evitar. Sólo se acepta y se adapta al cambio, por difícil que sea.

         Y vaya que es difícil, ¿eh? Toma su tiempo y requiere de mucho esfuerzo, especialmente si esa persona es lo suficientemente importante.

         Aun si esa persona fue tu escape, tu remedio, tu complemento.

         Aun si su partida es como una explosión que te destruyó por dentro.

         No es imposible. Y con un poco de trabajo duro se puede dejar atrás. Sólo es cuestión de querer avanzar.

         Porque las cosas cambian, la gente se va… y la vida sigue. No sirve de nada mirar atrás, cuando tienes un mar de posibilidades justo frente a ti.

         ¿La extrañarás? Por supuesto. Habrá cosas que te recuerden su existencia: desde un nombre hasta un lugar. Un color, un aroma, una canción. Y sonreirás un poco cuando su recuerdo aparezca, pero sabes que las cosas son mejores así, de algún modo. Y estarás bien con ello. Y en el fondo le agradecerás por todo lo que te enseñó, por todos esos momentos que te ayudó a crear y cuyo recuerdo permanecerá siempre y cuando tu mente te lo permita.

         Y el señor Optimista y la señorita Bomba Atómica así sobrevivirán. Hasta que el sobrevivir se convierta en vivir… y ambos estarán bien con ello.

         Y es entonces cuando sabrás que todo terminó.

Título de una canción de The Killers.

01 julio 2015

Luces, Cámara, Acción

No podría dejar de temblar. Desde que la había liberado, su cuerpo se sacudía involuntariamente, pero al menos ya podía moverse con mayor libertad. Bueno, eso era un decir.

         Se había sentado donde el hombre con la cámara le había indicado, intentando seguir todas sus órdenes: voltea la cabeza, gira un poco el cuerpo, inclina menos la espalda, abre más los ojos, sonríe con más sutileza… pero no era sencillo. Las lágrimas no paraban de acumularse en sus ojos, mientras que el temblor de su cuerpo evitaba que se mantuviera en una misma posición por tiempo prolongado; frecuentemente perdía la postura a la que con tanto trabajo el hombre de la cámara intentaba llegar. Esto lo exasperaba.

         —¡Maldita sea! —gritaba antes de indicarle nuevamente cómo debía posar.

         La chica hacía su mejor esfuerzo. No quería hacer enojar más al hombre de la cámara, pues parecía que su temperamento era bastante explosivo. Justo antes de iniciar la sesión había gritado estruendosamente cuando su trípode no se mantenía firme y, en lugar de intentar repararlo, la escena terminó con el objeto siendo lanzado violentamente contra la pared y con el hombre de la cámara refunfuñando. Otra muestra de su temperamento se dio cuando descubrió que la chica había arruinado su maquillaje, pues en cuanto lo notó corrió hacia ella y le dio una cachetada tan intensa que hizo caer a la chica de su lugar; sólo para después gritarle que era una inútil y que corriera al baño a quitarse los manchones de rímel que se habían escurrido por sus mejillas.

         —Todo debe ser perfecto —decía el hombre—. El arte de la fotografía es más difícil de lo que muchos creen. ¿Lista?

         Un destello de luz inundó la habitación milisegundos después de que el obturador sonara como de costumbre. Clic. La mujer estaba muy nerviosa. Tenía la esperanza de que la fotografía fuera un éxito, pues ansiaba terminar con esa indeseada sesión. Estaba cansada y sentía su mejilla ardiendo después del golpe que recibió. No obstante, no podía evitar pensar en qué sería de ella una vez se hubiera conseguido la foto perfecta. ¿Tendría que aguantar más sesiones como esa o simplemente regresaría a su casa con su familia? En el fondo deseaba desesperadamente que fuera la segunda opción.

         —Es una pena —la voz del hombre hizo que la chica regresara a la realidad de golpe, casi había olvidado que él seguía ahí—. Tanto tiempo invertido aquí para no lograr la fotografía. Cielos, pensé que la lograría hoy, pero bueno, ya lo intentaré luego, ¿no, querida?

         Dicho esto, las luces se apagaron casi al instante. La chica no pudo evitar lanzar un gritito. Estaba asustada, nerviosa, no sabía qué hacer. Intentó tranquilizarse y agudizar sus sentidos para tratar de ubicar al hombre, pero no podía más que escuchar sus propios latidos y ver la densa oscuridad que la había envuelto en fracción de segundos. Quiso levantarse y correr como si  no hubiera un mañana, pero estaba tan asustada que sus muslos se sacudían sin cesar y sus piernas no le respondían; de golpe se sintió muy débil y pensó que si acaso lograra levantarse, no podría dar más de dos pasos antes de caer. La chica se quedó sentada un rato intentando adquirir fuerzas para moverse.

         Supuso que habían pasado sólo unos cuantos segundos, pero a ella le parecían horas. De repente, escuchó unos pasos cerca; seguramente era el hombre que por fin se había decidido de intentar encender las luces. Escucho unos clics más, hasta que el silencio se interrumpió por completo:

         —Ya lo intentaré luego.

         La habitación se iluminó repentinamente, pero esta vez no había sido un flash y el intenso sonido que retumbó en toda la habitación definitivamente no había provenido de un obturador.

23 enero 2015

Vida Fugaz

Fue curioso mi despertar. Me sentía expuesto, asustado, desconsolado. Desperté rodeado por millones de ojos que me observaban con deseo.
         No sabía que pensar. ¿Qué pasa aquí? ¿Por qué me miran todos de ese modo? ¿Así se sentirán las constelaciones cuando miles de personas las observan desde la Tierra? No lo sé, no soy una estrella.
         Una chica de entre la multitud que me observaba se acercó a mí. Me tomó con delicadeza y me miró por unos segundos. Era bonita y sus manos eran lo suficientemente cálidas para hacerme sentir protegido: si hubiese asesinado a alguien con esas manos, seguramente habría salido con impunidad. Me acercó a su boca y mordió mi cuerpo con fuerza. Una parte de mí se fue mientras ella seguía masticando.
         Hizo un gesto extraño con su cara, lucía confundida. Cuando terminó de masticar, sólo preguntó:
         —¿Exactamente de qué sabor es este pan de dulce?

         Sin respuesta, me miró una última vez, sólo para terminar mi vida en el interior de su boca.