Quién fuera a pensar que en mi vida encontraría a alguien
como ella.
No soy una
persona muy religiosa, así que nunca creí en que un ser superior tuviese un
plan para todos nosotros; mas el hecho de que yo haya tenido la suerte de
conocer a una mujer tan especial, me hizo dudar de mis creencias. Y es que
simplemente no podía creerlo.
En la
ajetreada vida escolar uno se encuentra con miles de personas: personas agradables
que se convierten en tus compañeros de vivencias, personas que te sacan de
quicio o que te caen mal, y personas especiales cuya compañía atesoras y terminan
volviéndose tus amigos. Y justo por encima de todas ellas, se encuentra ella.
Y es que ella
simplemente revolucionó mi mundo. Me hacía sonreír con su presencia. Lograba
hacerme reír con una facilidad admirable. Logramos relacionarnos de una manera
tan íntima que no podía siquiera imaginar qué sería de mí si ella se fuera
repentinamente. En muy poco tiempo se volvió mi persona favorita, mi mejor amiga.
Más que eso, se volvió mi mundo, y yo amaba vivir en él sólo porque ella estaba
ahí.
Pero no sabía
si ella sentía lo mismo por mí. Y no sabía si quería arriesgarme a saberlo.
Una simple
pregunta podría arruinar lo que con mucho esfuerzo construimos. Podría alejarse
de mí para siempre y yo no tendría razones para sonreír de nuevo.
Necesitaba
saberlo, aun así. Quería preguntárselo y que me dijera lo que sentía por mí.
¿Qué podría
salir mal? Todo. Pero también podría ganarlo todo.
Fue entonces cuando
decidí hacer algo tonto.
Hablábamos
como de costumbre afuera de la escuela, poniéndonos al día con nuestras clases
y nuestros habituales trabajos escolares, cuando me acerqué a ella, tomé su
rostro con mis manos, la miré a los ojos —¡oh, qué bellos ojos!— y simplemente
le dije:
—Te amo. Te
amo como nunca había amado a nadie. Te has vuelto mi razón de existir, y quiero…
no, necesito saber si tú te sientes igual.
Justo cuando
terminé de hablar no pude evitar sentirme como si hubiese cometido la idiotez
más grande posible. Sentí el calor por todo mi rostro y asumí que mi cara
estaría más roja que un tomate. Mi labio inferior comenzó a temblar con
rapidez, y podría asegurar que mis ojos se humedecieron.
Ella no decía nada; su silencio
me mataba poco a poco.
Pero entonces
sus ojos comenzaron a humedecerse también, y con una adorable sonrisa y una voz
temblorosa, me dijo:
—Yo siento lo
mismo por ti. No puedo dejar de pensar en ti y en lo feliz que me haces. No
puedo dejar de extrañarte cuando no estás. Y me siento tan afortunada de que me
hayas dicho esto, porque temía mucho cometer alguna tontería y arruinar todo.
Dudo por unos
segundos, me miró y dijo:
—Nunca pensé
que haría esto.
Acto seguido,
me besó. Sé que no fue el primer beso de la historia, ni tampoco el último, pero
sentí que había sido tan especial, tan lleno de amor, que debería recordarse
para siempre, tal y como si fuese un acontecimiento histórico de la mayor
importancia posible. Pude sentir cómo reafirmábamos nuestra declaración de amor
con un cálido y suave roce de labios.
Cuando nos
separamos, me miró y comenzó a llorar. La abracé con fuerza, y entre sollozos
la escuché decir:
—Será difícil
para nosotras, ¿verdad?
Yo sabía que
era cierto. Sabía que nos esperaban tiempos difíciles, tiempos de malos tratos…
Pero yo la amaba y ella me amaba a mí. ¿Por qué no habríamos de ser felices
juntas?
Y yo estaría
ahí para ella. Siempre.
"Love is patient, love is kind"
Título de una canción de Mary Lambert.