Páginas

23 noviembre 2014

She Keeps Me Warm

Quién fuera a pensar que en mi vida encontraría a alguien como ella.
         No soy una persona muy religiosa, así que nunca creí en que un ser superior tuviese un plan para todos nosotros; mas el hecho de que yo haya tenido la suerte de conocer a una mujer tan especial, me hizo dudar de mis creencias. Y es que simplemente no podía creerlo.
         En la ajetreada vida escolar uno se encuentra con miles de personas: personas agradables que se convierten en tus compañeros de vivencias, personas que te sacan de quicio o que te caen mal, y personas especiales cuya compañía atesoras y terminan volviéndose tus amigos. Y justo por encima de todas ellas, se encuentra ella.
         Y es que ella simplemente revolucionó mi mundo. Me hacía sonreír con su presencia. Lograba hacerme reír con una facilidad admirable. Logramos relacionarnos de una manera tan íntima que no podía siquiera imaginar qué sería de mí si ella se fuera repentinamente. En muy poco tiempo se volvió mi persona favorita, mi mejor amiga. Más que eso, se volvió mi mundo, y yo amaba vivir en él sólo porque ella estaba ahí.
         Pero no sabía si ella sentía lo mismo por mí. Y no sabía si quería arriesgarme a saberlo.
         Una simple pregunta podría arruinar lo que con mucho esfuerzo construimos. Podría alejarse de mí para siempre y yo no tendría razones para sonreír de nuevo.
         Necesitaba saberlo, aun así. Quería preguntárselo y que me dijera lo que sentía por mí.
         ¿Qué podría salir mal? Todo. Pero también podría ganarlo todo.
         Fue entonces cuando decidí hacer algo tonto.
         Hablábamos como de costumbre afuera de la escuela, poniéndonos al día con nuestras clases y nuestros habituales trabajos escolares, cuando me acerqué a ella, tomé su rostro con mis manos, la miré a los ojos —¡oh, qué bellos ojos!— y simplemente le dije:
         —Te amo. Te amo como nunca había amado a nadie. Te has vuelto mi razón de existir, y quiero… no, necesito saber si tú te sientes igual.
         Justo cuando terminé de hablar no pude evitar sentirme como si hubiese cometido la idiotez más grande posible. Sentí el calor por todo mi rostro y asumí que mi cara estaría más roja que un tomate. Mi labio inferior comenzó a temblar con rapidez, y podría asegurar que mis ojos se humedecieron.
Ella no decía nada; su silencio me mataba poco a poco.
         Pero entonces sus ojos comenzaron a humedecerse también, y con una adorable sonrisa y una voz temblorosa, me dijo:
         —Yo siento lo mismo por ti. No puedo dejar de pensar en ti y en lo feliz que me haces. No puedo dejar de extrañarte cuando no estás. Y me siento tan afortunada de que me hayas dicho esto, porque temía mucho cometer alguna tontería y arruinar todo.
         Dudo por unos segundos, me miró y dijo:
         —Nunca pensé que haría esto.
         Acto seguido, me besó. Sé que no fue el primer beso de la historia, ni tampoco el último, pero sentí que había sido tan especial, tan lleno de amor, que debería recordarse para siempre, tal y como si fuese un acontecimiento histórico de la mayor importancia posible. Pude sentir cómo reafirmábamos nuestra declaración de amor con un cálido y suave roce de labios.
         Cuando nos separamos, me miró y comenzó a llorar. La abracé con fuerza, y entre sollozos la escuché decir:
         —Será difícil para nosotras, ¿verdad?
         Yo sabía que era cierto. Sabía que nos esperaban tiempos difíciles, tiempos de malos tratos… Pero yo la amaba y ella me amaba a mí. ¿Por qué no habríamos de ser felices juntas?

         Y yo estaría ahí para ella. Siempre.

"Love is patient, love is kind"

Título de una canción de Mary Lambert.

14 agosto 2014

Story of My Life

La lluvia caía mientras estaba tranquilamente sentado en una pequeña banca entre unos edificios de la universidad. Las heladas gotitas chocaban contra mi piel, provocándome pequeños escalofríos algunas veces, mas no quería dejar mi asiento aunque me estuviese mojando. Era un buen lugar, no había mucha gente a mi alrededor y lo único que percibía era el sonido del agua caer y ese particular aroma a tierra mojada. Eso, y también un niño pequeño a unos cuantos metros de mí.
         Me di cuenta después de unos minutos que no había dejado de observar a ese niño desde que supe que estaba ahí. Era como cualquier niño, pero lo que llamó mi atención es que jugaba felizmente: brincaba en los charcos haciendo salpicar el agua acumulada, giraba para que el agua le cayera en todo el cuerpo, incluso abrió la boca para beber agua caída del cielo. Lucía genuinamente feliz haciendo todo eso.
         Fue entonces cuando me percaté de mi sonrisa. Estaba sonriendo porque a ese niño no le importaba estar en un lugar público girando y saltando bajo la lluvia; él era feliz y eso era lo que le importaba. Y yo sólo estaba sentado, mojándome, preguntándome por qué ya no jugaba con la lluvia; por qué ya no pisaba los charcos, sino que los evitaba; por qué no sólo cerraba los ojos y dejaba que el agua cayera sobre mí en lugar de estar sentado observando a un niño.
         Un señor que pasó minutos después me hizo preguntarme con mayor fuerza todas esas cosas. El hombre se quedó parado en la entrada de un edificio, viendo el agua caer y luego caminó tan rápido como pudo, cubriéndose de la lluvia, sólo para entrar al otro edificio que estaba justo enfrente.
         ¿En qué momento dejamos de hacer esas cosas? ¿No se supone que todos tenemos un niño dentro? ¿Por qué nadie más disfrutó la lluvia en ese lugar tal y como ese niño lo hacía? ¿Por qué no lo hice yo? ¿Porque ya no tengo seis años? ¿No podía simplemente ignorar todo lo demás y jugar bajo la lluvia?
         Pude haberlo hecho, pero no lo hice. Y nadie más lo hizo.

         Sólo ese niño, que sólo estaba siendo un niño.


Título de una canción de One Direction.

02 julio 2014

La Danse Macabre

Tic, toc. Tic, toc.
         Las puertas se habían cerrado ya. La caja registradora había dejado de hacer ese simpático ruido.
¡Tííííííín!
         La noche oscura del otro lado del ventanal había caído unas cuantas horas antes, y lo que había sido una ajetreada calle llena de niños ahora era un camino fantasma.
Tic, toc. Tic, toc.
         El péndulo del reloj oscilaba incansablemente como de costumbre. El local estaba tan vacío como cada noche.
Tap, tap, tap, tap.
         Las pequeñas pisadas rompieron el no tan callado silencio del lugar. La tierna personita se había detenido a observar la habitación desde el centro de la misma y miraba con atención las figurillas que la decoraban.
¡Buuuuuuuu!
         Fantasmas de papel, arañas colgando de sus enredadas telas por doquier, calabazas decoradas con sonrientes rostros…
         Y ese violín. El sonido mágico de las cuerdas del violín.
         Y las flautas. Las delicadas notas que venían de las flautas.
         Era una delicia, sin lugar a dudas. Una increíble pieza musical que llenó el lugar con una agradable melodía. Los adorables piecitos no podían evitar bailar al son de la canción.
Tap, tap, tap, tap, tap, tap.
         Y sus pies no eran los únicos que bailaban.
         Sus brazos no eran los únicos que se agitaban en el aire con gracia y alegría.
Tap, tap, tap, tap, tap, tap.
         Una decena de personitas bailaba a su alrededor junto con la exquisita canción que hacía a su cuerpo moverse con regocijo.
Tap, tap, tap, tap, tap, tap.
         Otra decena más. Veintiún personitas por toda la habitación bailando y disfrutando la música a mitad de la noche.
         El baile jamás había sido su pasión. Nunca entendió por qué a las personas les hacía feliz moverse al ritmo de una canción. Pensaba que no tenía sentido, era una actividad muy simple para ella. Pero ahora se encontraba agitándose por todos lados, viendo a sus compañeros bailar cerca de ella, todos con alegría e incluso con cierta coordinación.
         Jamás se había sentido tan viva: sus ojos cerrados, sus brazos moviéndose con delicadeza alrededor de su cuerpo que giraba cada vez más rápido en la improvisada pista de baile, su sonrisa tan grande, su corazón tan agitado…
         El tiempo pasó y no sabía si había bailado por minutos o por horas, incluso días. Debió haber sido poco tiempo, pues sentía mucha energía en su interior aún. El calor de su pecho la incitaba a bailar más, como si de una batería se tratase.
Tic, toc. Tic, toc.
         El sonido del reloj acalló la melodía que todas las personitas bailaban.
Tap, tap, tap, tap, tap, tap.
         Las personitas corrieron rápidamente a su lugar. El sol salía y ellos tenían que volver a sus cajas, a sus empaques, a sus bolsas de regalo.
Tic, toc. Tic, toc.
         El sol salió cuando el reloj marcó las seis. La tierna muñequita había regresado a tiempo a su aparador. La Noche de Brujas había terminado ya y debía esperar hasta el siguiente año para volver a bailar.
         Jamás se sintió mejor. No desde el día que murió, unos pocos meses antes.
¡Ding, ding!

         La campanilla de la puerta sonó como cada mañana, seguido de los lentos pasos del empleado de la juguetería. Su turno estaba a punto de comenzar.



Título de una pieza de Camille Saint-Saëns.

18 junio 2014

Best Day of My Life

Nunca entendí por qué las personas disfrutaban sentarse tras el volante para conducir entre montones de coches y calles estrechas. Preferiría mil veces tener que caminar y hacer lo que sea que tuviese que hacer, pero por desgracia, mis actividades requerían de mis habilidades al volante.
         Desde que abrí los ojos esta mañana supe que sería un excelente día. Había pasado toda la noche anterior trabajando, organizando todo la investigación de un proyecto que había empezado hace algunos meses, y verlo esta mañana finalizado sobre mi escritorio me provocó una enorme sonrisa de satisfacción. Eso, además de que mi sueño fue perfecto y mi desayuno, delicioso, me indicó que definitivamente mi trabajo sería un éxito.
         Conduje con cuidado por las transitadas avenidas de la ciudad, y poco a poco fui disminuyendo la velocidad conforme circulaba por calles menos concurridas. Si mis cálculos eran correctos, llegaría a mi destino en menos de cinco minutos. Y así fue: en poco tiempo ya estaba estacionado al final de una calle rodeada de casas similares, pero había una en específico que me interesaba.
         Me bajé del auto y saqué una pequeña mochila que había preparado unos días antes. Busqué en su interior unas cuantas cosas que sabía que iba a usar: guantes, un pañuelo, entre otras cosas. Dejé con cuidado la bolsa en su lugar y me alejé del coche. Me acerqué a la puerta y, con los guantes puestos, toqué el timbre. En cuanto escuché el sonido corrí rápidamente y me oculté detrás de un gran árbol que decoraba el frente de la casa. Según mi investigación, sabía que desde la entrada no me vería, pero yo sí podría hacerlo. Escuché el sonido de la puerta abriéndose y miré con atención.
         Y ella estaba ahí.
         Aún recuerdo la primera vez que la vi. Estaba en un supermercado haciendo mis habituales compras de fin de semana y, mientras buscaba mi cereal favorito en uno de los pasillos, una mujer preciosa se me acercó y me pidió ayuda para tomar un cereal de la parte más alta de los estantes. Incluso recuerdo que eran Froot Loops. Con la sonrisa más hermosa que he visto y los ojos más brillantes que me observaron con un poco de vergüenza en ese momento, ¿cómo podría negarle algo a esa damisela en apuros? Con gusto estiré mis brazos y bajé la caja de cereales, se la entregué y ella me agradeció sonriendo aún más, sólo para después alejarse para continuar con sus compras. Y ahí fue cuando me enamoró.
         Ahora, ella estaba en la entrada de su casa, moviendo la cabeza y buscando quién pudo haber tocado el timbre. Entonces supe que tenía que actuar rápido.
         No sé cómo mi cuerpo pudo moverse con tanta agilidad y sigilo a la vez. Justo en el momento en que ella giró para entrar a la casa de nuevo, salté de mi escondite y me acerqué velozmente a ella. Me sentí como un depredador lanzándose al ataque para acorralar a su presa. La tomé con fuerza por la cintura con una mano, mientras que la otra se encargaba de cubrir su nariz con el pañuelo bañado en cloroformo, dejando a la bella mujer inconsciente. En la naturaleza sólo se trata del más apto, ¿no? Cargué a mi víctima al interior de la casa y cerré la puerta, no sin antes asegurarme de que había pasado desapercibido.
         Pude sentir cómo el corazón se me salía del pecho y cómo mi temperatura corporal se había elevado, pero ya en el interior de la casa comenzaba a volver todo a la normalidad. Ese chorro de adrenalina fue, de algún modo, placentero para mí. Fue entonces cuando me di cuenta de que había logrado mi objetivo. Toda mi investigación, desde descubrir el nombre de la mujer en apuros hasta su domicilio, su rutina, la distribución de su casa y un efectivo método para dejarla inconsciente… Todo había funcionado, y ahora estaba en casa del amor de mi vida, listo para disfrutar su compañía. Seguramente ella estará muy feliz de verme cuando despierte. Y también yo estoy muy seguro de algo: este es el mejor día de mi vida.



Título de una canción de American Authors

04 abril 2014

Sarah Smiles

Observar no tiene nada de malo, ¿cierto? ¿Cuántas veces al día lo haces? Y no, no hablo de mirar distraídamente como sueles hacerlo, sino detenerte a mirar algo porque capturó tu atención. No es malo, ¿verdad?
     ¿Y si miras así a alguien?
     Es como cuando vas a sentarte siempre en el mismo lugar. No importa qué día sea, ni la hora, ni siquiera el clima que azota en ese momento a tu pequeño lugar especial, estas ahí, observando con atención todo a tu alrededor. Observando hasta que ella pase por ahí y te sonría.
     Porque ella siempre sonríe, ¿no es cierto?
     Y te gusta que sonría, porque tú sonríes después.
     ¿Hay algo de malo en esto? ¿Es malo ir a observar a alguien sólo porque te hace feliz de la manera más simple posible? Quizá.
     Pero esa sonrisa te alegra. Y te gusta estar feliz. Te gusta esa emoción boba que surge al instante y como todo lo demás desaparece, sólo con esa sonrisa.
     Quizá sea malo ir a observar. Quizá puede resultar incómodo, extraño o incluso ofensivo para otras personas, pero tú seguirás yendo a verla.

     Y no te cansarás de ella jamás.


     ¿O sí?



Título de una canción de Panic! At the Disco

08 enero 2014

Cold Shoulder

Si algo me gustaba en el mundo era ella. Me gustaba verla caminar, me gustaba verla sonreír, me gustaba ver cómo sus cabellos se movían a merced de la brisa que soplaba día a día; digan lo que quieran, pero también amaba su cuerpo, su figura que si bien no coincidía con la de las modelos de revista, tenía algo fino y delicado, a la vez de salvajemente seductor. Adoraba escucharla hablar, incluso si sólo hacía comentarios cortos o contaba algún mal chiste. La amaba, en todo sentido. Era mi mundo.
         Recuerdo cómo solía contemplarla a lo lejos, mientras hacía cosas cotidianas. También recuerdo mis torpes intentos de acercarme a ella y cómo terminaba haciendo el ridículo frente a ella, con el corazón latiendo aceleradamente y las mejillas al rojo vivo. Recuerdo en particular esa vez que ella se acercó a mí a preguntarme algo y yo no podía hablar de lo nervioso que estaba, lo que le provocó una sonrisa adorable y compasiva. No obstante este pequeño encuentro fue el primero de muchos.
         Me gustaba sorprenderla en ocasiones con un pequeño detalle. Una barra de chocolate, una rosa roja, un abrazo por detrás mientras estaba distraída… Y siempre obtenía esa misma sonrisa enamorada que se dibujaba en su rostro, al igual que esa mirada brillante y esperanzada. En ocasiones era ella quien me sorprendía con sus detalles, como una carta pequeña que había escrito durante su tiempo libre, o una notita que descubría entre mis cosas firmada por ella. A veces me preguntaba si yo tenía una reacción tan encantadora como la de ella, pero francamente lo dudaba mucho.
         Era tanto mi amor por ella que me planteé muchas veces cómo pedirle matrimonio. Imaginaba escenas de película, como una cena formal en un restaurante elegante, donde escondía el anillo en mi bolsillo hasta que el momento oportuno llegara. También pensé en algo más grande, como una serenata en su lugar de trabajo que terminase conmigo arrodillado frente a ella, esperando su respuesta. Las posibilidades eran infinitas para algo tan importante en la vida de una persona.
         No sé si ya lo notaron, pero de cualquier modo contestaré la pregunta que, si prestaron la suficiente atención, ya se habrán planteado para este momento.
         Me duele ver mi pobre narración en tiempo pasado. Sí, ella ya no está, y no murió ni se mudó lejos. Ella se fue con otro hombre. Por qué, se preguntaran, si todo lo que describí sonaba bien. Pues sí, lo hacía, pero sólo era eso, sólo sonaba bien. La diferencia está en que nunca hice suficiente.
Ella no era difícil de complacer, le gustaban esos detalles que tenía con ella, pero algo que deben saber de mí es que nunca fui un romántico emprendedor. Todas esas ideas que tengo sobre el amor y las relaciones de pareja se aparecen en mi mente, mas llevarlas a cabo siempre ha sido difícil para mí. No logro expresarme, no logro actuar, no logro decir las cosas apropiadas. No tengo un corazón de hielo, pero en su lugar tengo un exterior congelado que me detiene de ser eso que me gustaría ser.
Quizá me lo merezco. No debe ser fácil esperar cosas de alguien y recibir muy poco e incluso recibir lo contrario. Quizá fue mi culpa ver cómo poco a poco la alejaba de mí por mi falta de acción. Quizá aquel hombre sabe comportarse como un caballero y sabe qué hacer y cómo hacerlo. No es difícil ser mejor que yo, de todos modos.
Ella está allá afuera, sonriéndole a él, mirándolo a él, besándolo a él. Yo estoy aquí, deseándoles lo mejor, con un corazón cálido, con una mente soñadora y con un exterior congelado. Y aunque sé que está mejor sin mí, ese pensamiento siempre está en mí. Un pensamiento malo e inevitable: yo de verdad deseo ser él.



Título de una canción de Adele