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23 enero 2015

Vida Fugaz

Fue curioso mi despertar. Me sentía expuesto, asustado, desconsolado. Desperté rodeado por millones de ojos que me observaban con deseo.
         No sabía que pensar. ¿Qué pasa aquí? ¿Por qué me miran todos de ese modo? ¿Así se sentirán las constelaciones cuando miles de personas las observan desde la Tierra? No lo sé, no soy una estrella.
         Una chica de entre la multitud que me observaba se acercó a mí. Me tomó con delicadeza y me miró por unos segundos. Era bonita y sus manos eran lo suficientemente cálidas para hacerme sentir protegido: si hubiese asesinado a alguien con esas manos, seguramente habría salido con impunidad. Me acercó a su boca y mordió mi cuerpo con fuerza. Una parte de mí se fue mientras ella seguía masticando.
         Hizo un gesto extraño con su cara, lucía confundida. Cuando terminó de masticar, sólo preguntó:
         —¿Exactamente de qué sabor es este pan de dulce?

         Sin respuesta, me miró una última vez, sólo para terminar mi vida en el interior de su boca.