Tic, toc. Tic, toc.
Las
puertas se habían cerrado ya. La caja registradora había dejado de hacer ese
simpático ruido.
¡Tííííííín!
La
noche oscura del otro lado del ventanal había caído unas cuantas horas antes, y
lo que había sido una ajetreada calle llena de niños ahora era un camino
fantasma.
Tic, toc. Tic, toc.
El
péndulo del reloj oscilaba incansablemente como de costumbre. El local estaba
tan vacío como cada noche.
Tap, tap, tap, tap.
Las
pequeñas pisadas rompieron el no tan callado silencio del lugar. La tierna
personita se había detenido a observar la habitación desde el centro de la
misma y miraba con atención las figurillas que la decoraban.
¡Buuuuuuuu!
Fantasmas
de papel, arañas colgando de sus enredadas telas por doquier, calabazas
decoradas con sonrientes rostros…
Y
ese violín. El sonido mágico de las
cuerdas del violín.
Y
las flautas. Las delicadas notas que venían de las flautas.
Era
una delicia, sin lugar a dudas. Una increíble pieza musical que llenó el lugar con
una agradable melodía. Los adorables piecitos no podían evitar bailar al son de
la canción.
Tap, tap, tap, tap, tap, tap.
Y sus pies
no eran los únicos que bailaban.
Sus
brazos no eran los únicos que se agitaban en el aire con gracia y alegría.
Tap, tap, tap, tap, tap, tap.
Una decena
de personitas bailaba a su alrededor junto con la exquisita canción que hacía a
su cuerpo moverse con regocijo.
Tap, tap, tap, tap, tap, tap.
Otra decena
más. Veintiún personitas por toda la habitación bailando y disfrutando la
música a mitad de la noche.
El
baile jamás había sido su pasión. Nunca entendió por qué a las personas les
hacía feliz moverse al ritmo de una canción. Pensaba que no tenía sentido, era
una actividad muy simple para ella. Pero ahora se encontraba agitándose por
todos lados, viendo a sus compañeros bailar cerca de ella, todos con alegría e
incluso con cierta coordinación.
Jamás
se había sentido tan viva: sus ojos cerrados, sus brazos moviéndose con
delicadeza alrededor de su cuerpo que giraba cada vez más rápido en la
improvisada pista de baile, su sonrisa tan grande, su corazón tan agitado…
El
tiempo pasó y no sabía si había bailado por minutos o por horas, incluso días.
Debió haber sido poco tiempo, pues sentía mucha energía en su interior aún. El
calor de su pecho la incitaba a bailar más, como si de una batería se tratase.
Tic, toc. Tic, toc.
El
sonido del reloj acalló la melodía que todas las personitas bailaban.
Tap, tap, tap, tap, tap, tap.
Las personitas
corrieron rápidamente a su lugar. El sol salía y ellos tenían que volver a sus
cajas, a sus empaques, a sus bolsas de regalo.
Tic, toc. Tic, toc.
El
sol salió cuando el reloj marcó las seis. La tierna muñequita había regresado a
tiempo a su aparador. La Noche de Brujas había terminado ya y debía esperar
hasta el siguiente año para volver a bailar.
Jamás
se sintió mejor. No desde el día que murió, unos pocos meses antes.
¡Ding, ding!
La
campanilla de la puerta sonó como cada mañana, seguido de los lentos pasos del
empleado de la juguetería. Su turno estaba a punto de comenzar.
Título de una pieza de Camille Saint-Saëns.