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02 julio 2014

La Danse Macabre

Tic, toc. Tic, toc.
         Las puertas se habían cerrado ya. La caja registradora había dejado de hacer ese simpático ruido.
¡Tííííííín!
         La noche oscura del otro lado del ventanal había caído unas cuantas horas antes, y lo que había sido una ajetreada calle llena de niños ahora era un camino fantasma.
Tic, toc. Tic, toc.
         El péndulo del reloj oscilaba incansablemente como de costumbre. El local estaba tan vacío como cada noche.
Tap, tap, tap, tap.
         Las pequeñas pisadas rompieron el no tan callado silencio del lugar. La tierna personita se había detenido a observar la habitación desde el centro de la misma y miraba con atención las figurillas que la decoraban.
¡Buuuuuuuu!
         Fantasmas de papel, arañas colgando de sus enredadas telas por doquier, calabazas decoradas con sonrientes rostros…
         Y ese violín. El sonido mágico de las cuerdas del violín.
         Y las flautas. Las delicadas notas que venían de las flautas.
         Era una delicia, sin lugar a dudas. Una increíble pieza musical que llenó el lugar con una agradable melodía. Los adorables piecitos no podían evitar bailar al son de la canción.
Tap, tap, tap, tap, tap, tap.
         Y sus pies no eran los únicos que bailaban.
         Sus brazos no eran los únicos que se agitaban en el aire con gracia y alegría.
Tap, tap, tap, tap, tap, tap.
         Una decena de personitas bailaba a su alrededor junto con la exquisita canción que hacía a su cuerpo moverse con regocijo.
Tap, tap, tap, tap, tap, tap.
         Otra decena más. Veintiún personitas por toda la habitación bailando y disfrutando la música a mitad de la noche.
         El baile jamás había sido su pasión. Nunca entendió por qué a las personas les hacía feliz moverse al ritmo de una canción. Pensaba que no tenía sentido, era una actividad muy simple para ella. Pero ahora se encontraba agitándose por todos lados, viendo a sus compañeros bailar cerca de ella, todos con alegría e incluso con cierta coordinación.
         Jamás se había sentido tan viva: sus ojos cerrados, sus brazos moviéndose con delicadeza alrededor de su cuerpo que giraba cada vez más rápido en la improvisada pista de baile, su sonrisa tan grande, su corazón tan agitado…
         El tiempo pasó y no sabía si había bailado por minutos o por horas, incluso días. Debió haber sido poco tiempo, pues sentía mucha energía en su interior aún. El calor de su pecho la incitaba a bailar más, como si de una batería se tratase.
Tic, toc. Tic, toc.
         El sonido del reloj acalló la melodía que todas las personitas bailaban.
Tap, tap, tap, tap, tap, tap.
         Las personitas corrieron rápidamente a su lugar. El sol salía y ellos tenían que volver a sus cajas, a sus empaques, a sus bolsas de regalo.
Tic, toc. Tic, toc.
         El sol salió cuando el reloj marcó las seis. La tierna muñequita había regresado a tiempo a su aparador. La Noche de Brujas había terminado ya y debía esperar hasta el siguiente año para volver a bailar.
         Jamás se sintió mejor. No desde el día que murió, unos pocos meses antes.
¡Ding, ding!

         La campanilla de la puerta sonó como cada mañana, seguido de los lentos pasos del empleado de la juguetería. Su turno estaba a punto de comenzar.



Título de una pieza de Camille Saint-Saëns.