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20 octubre 2017

I - Primavera



“La flor que florece en la adversidad es la más rara y hermosa de todas” - Mulán

Los vientos de invierno se iban disipando conforme los días pasaban. El calendario se acercaba lentamente a la fecha que marcaba el inicio de la primavera, y él esperaba que llegara con ansias.
         Una vez comenzara esa nueva estación, sus sesiones de ejercicio en el parque no serían tan frías. Disfrutaba salir a correr por las tardes y llenar de aire fresco sus pulmones. Especialmente en esta época del año disfrutaba ver cómo los árboles iban llenándose poco a poco de hojas y el paisaje cambiaba a uno de colores más vivos y llamativos.
         A pesar de eso, lo que él esperaba con ansias era ver algo aún más llamativo: a la chica. No sabía su nombre. Jamás la había escuchado hablar. Pero había algo en ella que lo atraía como si de un imán humano se tratara.
Siempre la veía sentada a la sombra de un viejo árbol que se encontraba más apartado de los demás, con un libro diferente cada semana en sus manos. Él la veía varias veces al día, cuando pasaba corriendo cerca de ella, y sentía que algún tipo de mágica conexión los había unido, aun si fuera lo rutinaria de sus vidas.
         Aunque nunca cruzaron palabras, sus miradas sí se encontraron en más de una ocasión. Al principio pensó que era mera casualidad, pero conforme los días pasaron, él descubrió que la chica lo miraba ocasionalmente, y si la descubría haciéndolo, sólo regresaba a las páginas de su libro, pero con la presencia de una tierna sonrisa. Esto lo fascinaba, pues esa sonrisa era la más bonita que había visto en su vida. Era cálida, adorable, perfecta. Y él quería hacer hasta lo imposible para que le sonriera de esa manera.
         Con el transcurso de los días, la seguía viendo y ella sonreía más frecuentemente. Era casi como si salieran en una cita a distancia, pero él no estaba conforme con eso. Él necesitaba saber quién era ella: su nombre, su edad, sus gustos, sus miedos, sus sueños… Le intrigaba ese aire de lectora soñadora que poseía y también el porqué de su diaria presencia bajo ese árbol. Quería saber si buscaba cruzar miradas o si sólo era invención suya. Quería saber si ella estaba enamorada de él, porque él estaba seguro de que la amaba, aunque fuera a distancia y en silencio.
         Un día de primavera, él salió a correr como todos los días, pero sabía que ese día en particular sería diferente. Recorrió con rapidez su trayecto usual, con una sola cosa en mente: ella. Visualizó sus ojos, hambrientos de nuevas historias; pensó en sus abultadas mejillas que originaban esa sonrisa que lo enamoró; pensó en sus delicadas manos dedicadas a sostener diferentes y coloridos libros; y deseó escuchar su voz, la cual estaba seguro de que sería melodiosa.
         Sus latidos se aceleraron conforme se acercó al alejado árbol. Como era de esperarse, la vio a su sombra, inmersa en una nueva lectura que desconocía. Lucía hermosa, como si fuera un bello botón a punto de florecer al pie del árbol. Y sería el más hermoso de todos. Él estaba seguro de ello.
Sus pies siguieron avanzando hacia ella, pues esta vez él no se desviaría del sendero que recorría a diario, sino que se detendría frente a ella. Y así fue.
         La chica se sorprendió al verlo tan cerca. Se miraron por lo que pareció una eternidad que duró pocos segundos. Él estaba nervioso y agitado por la carrera. Ella tenía los ojos muy abiertos, que lo observaban con curiosidad. Él tomó un poco de aire para recuperar el aliento y, finalmente, dijo: Hola.