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27 enero 2013

Sweet Nothing

La princesa del cuento de hadas nunca existió. Ella lo sabía. Sus amigos lo sabían. El mundo lo sabía.
     No le gustaba mirarse al espejo. Las odiadas “llantitas” siempre estaban ahí. No importaba qué hiciera, seguían a los costados de su vientre, lamentándose, recriminándole por qué había decidido comerse esa galleta o ese trozo de pan. Aunque podía solucionarlo con un par de dedos.
     Sabía que ni Blancanieves ni Cenicienta habían tenido esos problemas. Ellas eran hermosas y encontraron a su príncipe de inmediato. Debería intentar con la manzana, se dijo, aunque sabía que esa jamás sería su solución. O quizás sí. Su vida se veía condenada a la obesidad de su vientre y la flacidez de sus muslos.
     La gente solía decirle mentiras inmensas. Lo odiaba, odiaba que jugaran con sus emociones de esa manera. Comenzó con algo simple, un día de febrero: ¡Vaya, bajaste de peso!, seguido de sonrisas juguetonas entre sus amigas; para finales de mayo, un viejo conocido le soltó un: ¡Estás irreconocible, adelgazaste mucho!; para mediados de agosto, una persona más le dijo un: ¡¿Qué te pasó?! ¡Estás en los huesos!
      Esos comentarios aumentaban su frustración. Le emocionaba que la gente notara que llegaba a una talla perfecta poco a poco, pero cuando huía a su habitación y se veía al espejo, la mentira se hacía obvia. Un vientre grasoso, brazos flácidos, mejillas que parecían magdalenas… ¿Por qué le mentían de esa manera?
      La habitual visita al retrete llegó, pero no podía más. Se sentía desganada, agotada, adolorida. De su boca salía nada, lo cual le atemorizaba, la comida que asquerosamente había decidido entrar a su estómago parecía haberse aferrado en el cardias, negándose a salir. Podría intentar algo más fuerte, pero no tenía la energía suficiente.
     Se recostó en el piso del baño. No podía moverse mucho, por lo que decidió seguir ahí. Sentía que la cabeza le daba vueltas en un torbellino de frustración: no lograba el cuerpo perfecto, ese estereotipo de belleza que todos amaban y todas anhelaban. Por mala suerte le tocó ser un cerdo que no podía lograr ser hermosa.



     Sintió cómo alguien se acercaba a ella. Una hermosa mujer, delgada, con un largo y esponjoso vestido negro que hacía juego con su rojiza cabellera la miraba lastimosamente desde el umbral de la puerta. Del otro lado, una mujer tan obesa como ella la observaba, riéndose. Notó cómo en un abrir y cerrar de ojos se volvió tan delgada como la otra mujer, a la vez que su risa aumentaba.
     -Mia, parece que me trajiste a otra- dijo la pelirroja con decepción.
     -Lo sé.
     La dama de negro se arrodilló junto a la joven que yacía en el suelo, acercando su rostro hacia el suyo.
     -Aún no soy una princesa, ¿verdad?- dijo la joven antes de que la pelirroja la besara cuidadosamente.
      -No, dejaste de serlo hace mucho.
      La mujer se alejó de la joven, quien observaba por última vez la luz de la habitación justo antes de caer en un sueño; uno profundo e interminable.


Título de una canción de Calvin Harris & Florence Welch