Era un día cualquiera en la escuela
donde la maestra hablaba y hablaba sin parar sobre cosas que no entendías. Los sustantivos son palabras que sirven para
nombrar cosas, animales, cosas, etcétera. Mochila, cuaderno, su propio nombre,
casa, escuela… ¿qué otro se les ocurre? No dejabas de ver tu cuaderno (¡sustantivo!),
y estabas seguro de que debías tomar nota o prestar más atención, pero simplemente
no podías concentrarte, así que decidiste tomar el lápiz y empezar a dibujar.
Los
verbos son las acciones. ¿Qué les gusta hacer en casa? Las participaciones
de tus compañeros te espantaron por un segundo. ¡Jugar con el Play! ¡Ver la
tele! ¡Pelear con mis hermanos! Tu actividad favorita era justo lo que
hacías; había algo mágico para ti en el acto de trazar delicadas líneas que,
conforme aumentaban en cantidad en el papel, formaban variados e imaginativos
objetos. Dibujar era más que tomar un lápiz y rayar, sino que era un proceso
lleno de verbos diversos. Visualizar, imaginar, inspirarse, crear, trazar,
borrar, trazar nuevamente… Acción tras acción, dibujar era un arte.
Los adjetivos son palabras que ayudan a
describir cosas. Los perros son peludos; los niños, traviesos; las manzanas,
rojas y saludables. ¿Cómo se describirían ustedes, chicos? Inmenso. El arte
de dibujar era inmenso. ¡Es que no tenía límite! Tus dibujos más comunes eran
aquellos de personas en sus diversas labores, como chefs o deportistas; a
veces, te enfocabas en la tecnología y dibujabas robots que hacían las odiosas
tareas escolares que interrumpían tus tardes; otras ocasiones, dibujabas
criaturas tan fantásticas que podrían ser parte del universo del niño mago que
leíste años antes. Con un lápiz podías jugar a ser Dios y ser el creador —o,
por qué no, destructor— de una infinidad de personas, criaturas y escenarios.
Infinito, otro adjetivo.
Terminaste de
ver tu dibujo del día. Optaste por algo simple, pues te dibujaste a ti mismo en
clase viendo el reloj y esperando que terminara la clase. No detallaste mucho
los alrededores, sino que sólo eras tú en tu asiento con tu lápiz en la mano y
con un gesto de desesperación en tu rostro. El reloj, cuyas manecillas se te
habían dificultado por alguna razón, marcaba dos minutos antes de la hora
indicada con un onomatopéyico tic toc en
la parte superior. Demonios, ni siquiera en tu imaginación era la hora de
salida. No obstante, tu dibujo estaba listo y sólo te quedaba firmar tu obra de
arte.
Tan concentrado
estabas que no te diste cuenta que la maestra estaba frente a ti con mirada de
desaprobación. Más que docente, parecía ninja, pues con un rápido movimiento tu
cuaderno terminó en sus manos. Sus ojos escaneaban con rapidez y desdén la hoja.
Es la cuarta vez esta semana que no pones
atención. ¿Cuándo vas a entender que a la escuela se viene a aprender y no a
perder el tiempo con estas tonterías? Acto seguido, arrancó la hoja del
cuaderno y la hizo bola con su mano. Ahora
tendrás que escribir una lista de cincuenta sustantivos, cincuenta verbos y cincuenta adjetivos para mañana para asegurar que entendiste la lección de hoy. Dio
media vuelta y caminó al bote de basura, donde tiró tu trabajo de los últimos
minutos.
Cuaderno,
dibujar, infinito. Ya sólo te faltan 49 de cada uno.
Título de una canción de Paramore