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08 abril 2012

T.I.D.

Sólo un foco iluminaba con una tenue luz la sombría habitación. Estaba vacía, húmeda y fría; un viento helado corría a través de ella, lo cual era imposible, pues no había ventanas.
     Desperté justo en el centro del lugar. Me sentía sola, confundida. Estaba asustada. Me levanté temblando. Un movimiento del otro lado de la habitación me hizo estremecer, hasta que me di cuenta de que era otra persona. Bueno, era yo. Las paredes de la habitación eran, en realidad, espejos. Reflejaban mi escuálida y frágil figura. Me observé con cuidado y descubrí que mi verde vestido estaba rasgado. Eso me preocupó.
     Una voz a mis espaldas me sacó de mi mente:
     -Chris.
     Volteé casi de inmediato. En el espejo opuesto mi reflejo no me imitaba, como es costumbre, sino me observaba con una mirada que me aterrorizaba: la rabia parecía brotarle por sus pupilas grisáceas; casi podía sentir sus ojos clavándose en mi débil persona. Me seguía con su mirada. Todos y cada uno de mis movimientos.
     -¡Eres una idiota! -gritó, asustándome de nuevo- Y eso te queda corto.
     -Eres yo. Eres igual a mí. Eso te hace una idiota, ¿o no?
     -No. Somos distintas y lo sabes. Total, no es como que me dejes salir muy a menudo, y lo que es peor, no me recuerdas, ¿o sí?
     -Eres Chris.
     -No, soy Effy. ¿Lo ves? Eres una idiota.
     El nombre de Effy retumbó dentro de mi mente, como una pelotita dentro de una caja vacía. No recordé nada.
     De nuevo un sonido me sacó de mis pensamientos, esta vez había sido un llanto el culpable. Miré a la izquierda, donde otro de mis yo lloraba desconsoladamente. Lo curioso es que este alter ego era un poco diferente. Vestía un conjunto como de oficina: una camisa blanca que estaba oculta bajo un saco muy hermoso; un pantalón de vestir negro y liso; usaba unas viejas gafas que descansaban en mi (¿o su?) respingada nariz; además, traía recogido el cabello en un chongo malhecho, con una gastada liga color marrón. Me acerqué a ella y le pregunté:
     -¿Por qué lloras? -dudé un poco sobre el nombre, así que sólo dije eso.
     -¡Porque no sabes quién soy yo! ¡Soy como tu hermana y no tienes ni una idea de quién soy!
     -Supongo que no eres Chris.
     -¡Exacto! ¡Al menos tienes un logro! -gritó tras secarse un poco las lágrimas con un pequeño pañuelo que había sacado de su bolsillo- Soy Emma, ¿me recuerdas? La aburrida y llorona Emma.
     Effy, Emma… Esos nombres no significaban nada para mí, mas el no hacerlo parecía un delito para ellas.
     -¡Mírame, Chris, mírame! ¡Por acá! -alardeó alguien a mis espaldas, seguido de una carcajada- ¡Voltea!
      Obedecí. Miré hacia atrás y me encontré con una versión distinta de mí. Vestía prendas dignas de una prostituta: una blusa ajustada con un pronunciado escote que dejaba a la vista un sostén bastante sexy; una falda muy corta que con suerte cubría su ropa interior; y unos tacones altos, pero feos. En su mano derecha traía un cigarrillo a medio acabar, y en la otra, una botella de algún licor barato. Su rostro esbozaba una sonrisa burlona y llena de malicia. Parecía que estaba ebria.
     -¿Tampoco me recuerdas, verdad? No me sorprende, debo decir, pero si te sorprendió tu embarazo, ¿verdad? Ese sí fue buen sexo, lástima que no lo disfrutaste tú. Pero pagaste las consecuencias, ¿cierto?, como las resacas que cada fin de semana te atormentan. Y jamás recuerdas, ¿no es lindo?
     El embarazo… Ese embarazo que me llegó de la nada, había sido culpa de esa loca. Pero esa loca era yo. Eso no tenía sentido.
     -¿A qué te refieres? ¿Quién eres tú?
     -¡Samantha, mujer, Samantha! Tu lado divertido, debo decir.
     No sabía qué ocurría en ese lugar. Effy, Emma, Samantha… ¿Quiénes eran ellas? ¿Qué querían de mí? ¿Por qué eran iguales a mí?
     Las tres comenzaron a hablar: gritaban mi nombre una y otra vez, me insultaban y se burlaban de mi ignorancia. Cerré los ojos. Las lágrimas comenzaron a salir. Quería gritar, quería huir del lugar. Ansiaba desesperadamente que todo acabara.
     Abrí los ojos segundos después. Estaba detrás de uno de los espejos, viéndome ahí en el suelo, llorando y tapándome los oídos. Inconscientemente comencé a gritarme, uniéndome a esos insultos. No podía evitarlo.
     Un parpadeo y me encontraba en otro espejo mientras gritaba como si de ello dependiera mi vida. Tras parpadear, vi a mi otro yo en el centro de la habitación desde otro ángulo, mas no paraba de gritarle. Con cada parpadeo mi perspectiva cambiaba.
     Volví al suelo. Estaba harta, harta de todos esos reflejos. Corrí al más cercano y di un puñetazo tan fuerte que el espejo cayó en pedazos. Una punzada de dolor recorrió mi mano, al igual que la sangre que brotaba de una herida que había nacido junto al golpe. Los vidrios caían y el sonido de los fragmentos tocando el suelo recorría el aire de la habitación.



     Las burlas cesaron. El dolor no. Aún quedaban dos espejos, lo que significaba dos reflejos insoportables. Mi desesperación creció tanto y sólo pude gritar.
*   *   *
Un llanto me despertó a mitad de la noche: mi bebé posiblemente había tenido una pesadilla, así que me levanté.
     Algo no era normal: temblaba mucho y el sudor recorría mi cuerpo, como si hubiese tenido un mal sueño. No lo sé, tal vez lo tuve, pero mi memoria jamás había sido buena.
     Me calcé mis sandalias y me dirigí a la puerta, pero algo llamó mi atención antes de que la abriese. El espejo que estaba colgado detrás de la puerta estaba quebrado. Al verme en él, mi imagen se reflejó cuatro veces. ¿Tendré siete años de mala suerte? No es un problema, le llevo ya varios años de ventaja. Salí de mi recámara y busqué a mi bebé.