Si algo me gustaba en el mundo era
ella. Me gustaba verla caminar, me gustaba verla sonreír, me gustaba ver cómo
sus cabellos se movían a merced de la brisa que soplaba día a día; digan lo que
quieran, pero también amaba su cuerpo, su figura que si bien no coincidía con
la de las modelos de revista, tenía algo fino y delicado, a la vez de
salvajemente seductor. Adoraba escucharla hablar, incluso si sólo hacía
comentarios cortos o contaba algún mal chiste. La amaba, en todo sentido. Era
mi mundo.
Recuerdo
cómo solía contemplarla a lo lejos, mientras hacía cosas cotidianas. También
recuerdo mis torpes intentos de acercarme a ella y cómo terminaba haciendo el
ridículo frente a ella, con el corazón latiendo aceleradamente y las mejillas
al rojo vivo. Recuerdo en particular esa vez que ella se acercó a mí a
preguntarme algo y yo no podía hablar de lo nervioso que estaba, lo que le provocó una sonrisa adorable y compasiva. No obstante este pequeño encuentro fue el
primero de muchos.
Me
gustaba sorprenderla en ocasiones con un pequeño detalle. Una barra de
chocolate, una rosa roja, un abrazo por detrás mientras estaba distraída… Y siempre obtenía esa misma sonrisa enamorada que se dibujaba en su rostro,
al igual que esa mirada brillante y esperanzada. En ocasiones era ella quien me
sorprendía con sus detalles, como una carta pequeña que había escrito durante
su tiempo libre, o una notita que descubría entre mis cosas firmada por ella. A
veces me preguntaba si yo tenía una reacción tan encantadora como la de ella,
pero francamente lo dudaba mucho.
Era
tanto mi amor por ella que me planteé muchas veces cómo pedirle matrimonio.
Imaginaba escenas de película, como una cena formal en un restaurante elegante,
donde escondía el anillo en mi bolsillo hasta que el momento oportuno llegara.
También pensé en algo más grande, como una serenata en su lugar de trabajo que
terminase conmigo arrodillado frente a ella, esperando su respuesta. Las
posibilidades eran infinitas para algo tan importante en la vida de una
persona.
No
sé si ya lo notaron, pero de cualquier modo contestaré la pregunta que, si
prestaron la suficiente atención, ya se habrán planteado para este momento.
Me
duele ver mi pobre narración en tiempo pasado. Sí, ella ya no está, y no murió
ni se mudó lejos. Ella se fue con otro hombre. Por qué, se preguntaran, si todo
lo que describí sonaba bien. Pues sí, lo hacía, pero sólo era eso, sólo sonaba
bien. La diferencia está en que nunca hice suficiente.
Ella no era
difícil de complacer, le gustaban esos detalles que tenía con ella, pero algo
que deben saber de mí es que nunca fui un romántico emprendedor. Todas esas
ideas que tengo sobre el amor y las relaciones de pareja se aparecen en mi
mente, mas llevarlas a cabo siempre ha sido difícil para mí. No logro expresarme,
no logro actuar, no logro decir las cosas apropiadas. No tengo un corazón de
hielo, pero en su lugar tengo un exterior congelado que me detiene de ser eso
que me gustaría ser.
Quizá me lo
merezco. No debe ser fácil esperar cosas de alguien y recibir muy poco e
incluso recibir lo contrario. Quizá fue mi culpa ver cómo poco a poco la
alejaba de mí por mi falta de acción. Quizá aquel hombre sabe comportarse como
un caballero y sabe qué hacer y cómo hacerlo. No es difícil ser mejor que yo,
de todos modos.
Ella está
allá afuera, sonriéndole a él, mirándolo a él, besándolo a él. Yo estoy aquí,
deseándoles lo mejor, con un corazón cálido, con una mente soñadora y con un
exterior congelado. Y aunque sé que está mejor sin mí, ese pensamiento siempre
está en mí. Un pensamiento malo e inevitable: yo de verdad deseo ser él.
Título de una canción de Adele