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08 enero 2014

Cold Shoulder

Si algo me gustaba en el mundo era ella. Me gustaba verla caminar, me gustaba verla sonreír, me gustaba ver cómo sus cabellos se movían a merced de la brisa que soplaba día a día; digan lo que quieran, pero también amaba su cuerpo, su figura que si bien no coincidía con la de las modelos de revista, tenía algo fino y delicado, a la vez de salvajemente seductor. Adoraba escucharla hablar, incluso si sólo hacía comentarios cortos o contaba algún mal chiste. La amaba, en todo sentido. Era mi mundo.
         Recuerdo cómo solía contemplarla a lo lejos, mientras hacía cosas cotidianas. También recuerdo mis torpes intentos de acercarme a ella y cómo terminaba haciendo el ridículo frente a ella, con el corazón latiendo aceleradamente y las mejillas al rojo vivo. Recuerdo en particular esa vez que ella se acercó a mí a preguntarme algo y yo no podía hablar de lo nervioso que estaba, lo que le provocó una sonrisa adorable y compasiva. No obstante este pequeño encuentro fue el primero de muchos.
         Me gustaba sorprenderla en ocasiones con un pequeño detalle. Una barra de chocolate, una rosa roja, un abrazo por detrás mientras estaba distraída… Y siempre obtenía esa misma sonrisa enamorada que se dibujaba en su rostro, al igual que esa mirada brillante y esperanzada. En ocasiones era ella quien me sorprendía con sus detalles, como una carta pequeña que había escrito durante su tiempo libre, o una notita que descubría entre mis cosas firmada por ella. A veces me preguntaba si yo tenía una reacción tan encantadora como la de ella, pero francamente lo dudaba mucho.
         Era tanto mi amor por ella que me planteé muchas veces cómo pedirle matrimonio. Imaginaba escenas de película, como una cena formal en un restaurante elegante, donde escondía el anillo en mi bolsillo hasta que el momento oportuno llegara. También pensé en algo más grande, como una serenata en su lugar de trabajo que terminase conmigo arrodillado frente a ella, esperando su respuesta. Las posibilidades eran infinitas para algo tan importante en la vida de una persona.
         No sé si ya lo notaron, pero de cualquier modo contestaré la pregunta que, si prestaron la suficiente atención, ya se habrán planteado para este momento.
         Me duele ver mi pobre narración en tiempo pasado. Sí, ella ya no está, y no murió ni se mudó lejos. Ella se fue con otro hombre. Por qué, se preguntaran, si todo lo que describí sonaba bien. Pues sí, lo hacía, pero sólo era eso, sólo sonaba bien. La diferencia está en que nunca hice suficiente.
Ella no era difícil de complacer, le gustaban esos detalles que tenía con ella, pero algo que deben saber de mí es que nunca fui un romántico emprendedor. Todas esas ideas que tengo sobre el amor y las relaciones de pareja se aparecen en mi mente, mas llevarlas a cabo siempre ha sido difícil para mí. No logro expresarme, no logro actuar, no logro decir las cosas apropiadas. No tengo un corazón de hielo, pero en su lugar tengo un exterior congelado que me detiene de ser eso que me gustaría ser.
Quizá me lo merezco. No debe ser fácil esperar cosas de alguien y recibir muy poco e incluso recibir lo contrario. Quizá fue mi culpa ver cómo poco a poco la alejaba de mí por mi falta de acción. Quizá aquel hombre sabe comportarse como un caballero y sabe qué hacer y cómo hacerlo. No es difícil ser mejor que yo, de todos modos.
Ella está allá afuera, sonriéndole a él, mirándolo a él, besándolo a él. Yo estoy aquí, deseándoles lo mejor, con un corazón cálido, con una mente soñadora y con un exterior congelado. Y aunque sé que está mejor sin mí, ese pensamiento siempre está en mí. Un pensamiento malo e inevitable: yo de verdad deseo ser él.



Título de una canción de Adele