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20 diciembre 2017

IV - Invierno



“It’s always darkest before the dawn” – Shake It out, 
Florence + The Machine

Las frías corrientes de aire golpeaban sus mejillas con fuerza. Este definitivamente era uno de los inviernos más helados que había presenciado. No obstante, no le molestaba, siempre le gustó el frío.
         Cada paso que daba se hundía en la nieve que crujía de manera dulce al pisarla. El camino no era tan largo, pero sí difícil de recorrer. Se detuvo un momento a tomar un poco de aire y a calcular mentalmente cuánto tiempo más tardaría en llegar. No pasaría del cuarto de hora, estaba segura, así que llegaría justo a tiempo.
         Los quince minutos se pasaron despacio, pero su mente había viajado largas distancias y años de vida en cuestión de segundos. Recordó cómo años atrás había recorrido ese mismo camino, pero no iba sola: él la acompañó todo el trayecto; y recordó también cómo ambos se detuvieron bajo ese viejo y enorme árbol que en otra época del año los resguardó en su sombra del sol del verano. Pero más que un viejo árbol, era su lugar especial.
         Fue en ese lugar donde se conocieron y donde se dieron su primer beso: simple, romántico, inocente, el primero de muchos. Fue también donde le pidió que fueran novios; esto la hizo sonreír, y la hizo recordar esos importantes momentos de su relación y cómo, a pesar de todo, siguieron juntos.
         Ambos volvieron a ese lugar en más de una ocasión. Solían aprovechar su sombra en los tiempos calurosos para recostarse y leer alguna novela o comer algo rápido. A veces sólo se recostaban frente a frente y se miraban por largos periodos de tiempo, mientras conversaban significativas trivialidades o irrelevantes secretos. Y ella amaba hacer eso, pues lo veía frente a ella: sonriente, apuesto… enamorado. Él era el hombre perfecto. Él era su persona. Y ella se sentía la mujer más afortunada a su lado.
         Un copo de nieve que cayó en su frente la hizo regresar al presente. Había comenzado a nevar ya, pero ella se encontraba ya frente al árbol —sin hojas por la estación—. Buscó rápidamente con la mirada el par de letras que su pareja había tallado tiempo atrás. En cuanto las halló, sonrió de una manera infantil, y recorrió el grabado con sus fríos dedos. Seguían ahí las letras. Seguía ahí el árbol. Seguía ahí su eterno amor.
         Pero él ya no.
         Tres años habían pasado ya desde que él se fue de su vida. Mejor dicho, que se lo habían quitado. No quería pensar en eso, pero el simple hecho de recordar el accidente le llenó los ojos de lágrimas, y exhaló un suspiro desde lo más profundo de su pecho que le anudó la garganta.
         Recordaba ese día como si hubiese ocurrido un día anterior. Entró en estado de choque cuando le informaron que el avión había caído, el avión que se suponía lo llevaría a su futuro. ¿Cómo pudo haber pasado algo así? No fue fácil para ella asimilarlo, claro. Él era su compañero, su amante, su mejor amigo. Su vida entera desapareció cuando él se fue. Y ella seguía ahí.
Nunca le pareció justo. Él era el que tenía futuro, el que tenía tantos sueños y metas por cumplir, el que decidió encaminar su vida hacia un bien… y había perdido su oportunidad. Para ella fue muy difícil: sufrió en demasía, se negaba a salir, a sonreír, a vivir. Ella sin dudarlo le habría dado su lugar, pero era imposible.
Miró las letras y suspiró profundamente. Tres largos años, y él seguía en los más hondo de su corazón. Y estaría ahí para siempre.
A pesar de todo, entendió que no es lo que él hubiese querido para ella. A él no le gustaría para nada verla así. Sonrió, y con la manga de su suéter se secó las lágrimas. No más. Esta vez, ella sería la de las metas. Sería ella quien aprovecharía su tiempo en este mundo y haría lo posible para vivirlo. Ella tenía un futuro por delante, uno que no lucía tan oscuro como le pareció anteriormente.
Y fue tal y como ella escuchó: siempre está más oscuro antes del amanecer.

14 diciembre 2017

III - Otoño



“My thoughts will echo your name until I see you again”
– Enchanted, Taylor Swift

Cuando alguien le preguntaba cuál era su estación favorita del año, él contestaba casi inmediatamente: el otoño. Todo sobre él era perfecto: el fresco clima, las hojas amarillentas que caían sin cesar y su peculiar crujido al caminar sobre ellas, las festividades otoñales como el día de brujas... Le encantaba todo sobre él. Lástima que ese amor no pudiera mejorar lo que estaba a punto de hacer.
         El árbol, no, su árbol había adquirido tonos amarillos y naranjas que lo hacían resaltar más que en otra época del año, y estaba seguro de que se veía más alto que antes. Sí creció como nuestro amor, pensó. Esto lo hizo reír por un momento, pues siempre se avergonzaba de su bobo acto de amor, pero no se arrepentía de ello.
         Conforme se fue acercando, notó que ella ya estaba ahí. Aunque la vio desde lejos, sabía que lucía tan hermosa como siempre. Si algo amaba en particular de los climas fríos eran los atuendos que usaba su chica; los gorritos y los suéteres la hacían lucir más linda de lo que ya era, y ese día no era la excepción. Cuando se encontraron le dio un tierno beso en la mejilla y otro en los labios, y ella le sonrió como sólo ella sabía hacerlo.
         Se sentaron un momento bajo el árbol, mientras él procesaba mentalmente todas las posibles maneras de contarle por qué la había citado ese día. No acostumbraba a guardarle secretos, y podía asegurar que había sido tan abierto con ella tanto como le fue posible, pero esta fue una excepción necesaria. Lo gracioso era que se sentía culpable, aunque en realidad no fuera algo malo.
         Finalmente suspiró y comenzó a explicarle. Ella lo escuchaba con atención y genuina curiosidad, pues desconocía por completo la situación. Él le contó todo, cómo estaba a punto de terminar sus estudios y se dio la tarea de investigar posgrados; cómo había enviado solicitudes a diferentes universidades, aunque se sentía inseguro al hacerlo; y también cómo lo rechazaron de varias de ellas. No obstante, también le contó cómo una de ellas se interesó en él y lo entrevistaron en persona. Explicó que le había mentido sobre esa entrevista, pues él le había dicho a ella que saldría unos días de la ciudad para visitar a un familiar enfermo. Concluyó diciéndole que lo habían aceptado en el programa y debía estar el invierno próximo en la universidad para un curso introductorio.
         En cuanto terminó, ella sonrió y unas cuantas lágrimas alcanzaron a asomarse al exterior. Lo abrazó y lo besó, y le dijo incansablemente lo emocionada y orgullosa que se sentía por él. Le dijo que era un hombre listo y que podía con cualquier cosa, y que seguramente sería el mejor del programa.
         El sonrió y sintió una calidez en el pecho tan gratificante que la abrazó con fuerza y le dijo cuánto la amaba. Le confesó también que estaba muy nervioso de contarle la verdad, porque sentía que había traicionado su confianza. Ella lo interrumpió diciéndole que era por una buena causa, y que le deseaba lo mejor.
Al final, ella agregó que, aunque estuvieran lejos, ella lo esperaría pacientemente porque él era el hombre para ella. Él le prometió regresar tan pronto como pudiera, y visitarla tanto como se le permitiera. La llamaría a diario y esperaría con ansias el volverla a ver. Después de eso, estarían juntos por el resto de sus vidas.
         En el fondo, él lo sabía. También sabía que, sin lugar a duda, él era el hombre más afortunado en el mundo.

07 diciembre 2017

II - Verano



“Would you lie with me and just forget the world?” – Chasing Cars, Snow Patrol

El brillante sol que se asomaba por entre las ramas ya cubiertas de hojas anunciaba la mitad del día… o al menos eso creía. Revisó la hora en su reloj y descubrió que sólo había fallado por veinte minutos. Aunque ella acostumbraba a leer a esas horas del día bajo la tranquila sombra de su árbol favorito, su lectura fue cancelada con antelación. En su lugar, él le había propuesto relajarse bajo el árbol, con una manta y una canastilla llena de comida. Por supuesto que aceptó.
         Por suerte para ambos, el calor veraniego no era tan intenso esa tarde. Se recostaron sobre la manta y se dedicaron a observar las pocas nubes que vagaban por el cielo. Cuando sus estómagos comenzaron a gruñir, la canastilla fue vaciada y se dedicaron a comer con tranquilidad los sándwiches que él insistió en preparar esa mañana. Hoy será tu día especial, no debes hacer nada, le dijo.
         Lo que en un principio fueron minutos se convirtieron en horas de una amena conversación. Él hablaba incansablemente de sus clases de la universidad y ella, atenta, lo escuchaba con una enorme sonrisa. Le encantaba eso de él: su pasión al hablar de algo que le gustara; y a ella no le importaba escucharlo por horas, aunque no entendiera absolutamente nada de lo que él con tanto entusiasmo le explicaba.
         Lo amaba, estaba cien por ciento segura de ello. Desde ese momento en que él se acercó a saludarla en alguna de sus lecturas, ella sabía que sería algo especial. No podía ser mera coincidencia que ambos fueran tan rutinariamente al mismo lugar. Eso definitivamente era la vida dándole un gran regalo. Y le sorprendía aún más que a pesar de haber sido completos extraños, ese día celebraban el tercer aniversario de un fuerte noviazgo.
         Una vez terminó él de hablar, se recostaron nuevamente. A pesar de la ascendente temperatura ambiental, ella se acurrucó junto a él. Por su parte, él la rodeó con su brazo y suspiró. No dijeron nada. Sólo eran ellos dos inmersos en un mundo hecho por y para ellos. Y ella se sentía segura, feliz… amada.
         Quería decirle algo, lo que fuera. Confesar su amor y jurárselo eternamente; contarle todos esos planes de vida que siempre tuvo y que ahora quería compartir con él; incluso decidir los nombres de sus hijos o de sus mascotas. Ella lo amaba y no sabía cómo expresarlo. Fue entonces cuando él interrumpió el momento y se levantó; ella lo imitó.
         Él la miró y suspiró de nuevo, con una ligera sonrisa escondida entre sus labios. De su bolsillo sacó una pequeña navaja, dio media vuelta y comenzó a tallar el árbol. Ella lo miraba con curiosidad, pero él no le permitía ver lo que hacía. Le tomó sólo unos pocos minutos revelarle la corteza tras el filo de su navaja.
         Eran sus iniciales… en un corazón.
         Él soltó una carcajada y la miró. Ella sentía el rostro de mil colores y su corazón a punto de atravesarle la piel para salir y explotar en el exterior. La tomó de las manos y comenzó:
         —Es un cliché, lo sé —se sonrojó ligeramente—, pero no pude evitarlo. Te amo, y no sé cómo dejarlo en claro. Y pienso que, al igual que este árbol, ese amor crecerá grande y fuerte, y así como hay periodos de sequías y de hojas caídas, habrá también periodos de lluvia y de crecimiento. Se mantendrá fuerte, grande y hermoso, así como nosotros dos. Y…
         Y ella no lo dejó terminar. Saltó hacia él tomándolo del cuello y lo besó como si su vida dependiera de ello. Lo amaba, y estaba ciento diez por ciento segura de ello.