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15 noviembre 2017

Pathetica



“Ya te cansaste de esperar todas las noches vestida igual
a ese hombre tan especial”



Odiaba que la dejaran plantada. No era la primera vez que le ocurría, pero esta vez el sentimiento de angustia la abrumó en sobremanera.

         Recién llegó a su casa se miró al espejo. Se había puesto uno de sus vestidos favoritos para la ocasión, e incluso invirtió un buen tiempo en su peinado y su maquillaje. Estaba segura de que esta cita sería un éxito: el chico y ella se conocieron en una cafetería unos días antes y dedicaron varios minutos a una amena plática sobre las trivialidades de la vida. Fue entonces cuando él decidió invitarla a salir, no sin antes hacerle varios cumplidos sobre su agradable personalidad y su contagiosa sonrisa, y ella accedió a verlo de nuevo. Le dio su número de teléfono para que él la llamara en alguna ocasión, y el chico le sonrió cálidamente antes de irse.

         Cuál fue su sorpresa cuando llegó al restaurante donde acordaron verse y su pretendiente no había llegado. Ella asumió que posiblemente se había retrasado con el tráfico —era un día ajetreado en la ciudad—, y que llegaría pronto con un motivo de su retraso. No obstante, el tiempo siguió corriendo. Miró su teléfono en repetidas ocasiones, esperando ver alguna notificación de mensaje sin leer, pero la pantalla únicamente le mostraba la hora, la cual se alejaba cada vez más de la acordada.

         Cuando la cifra en el minutero se repitió, dio el asunto por perdido. Se levantó con toda la seguridad que su orgullo le permitió, y salió a paso veloz del restaurante, evitando el contacto visual con el mesero que se percató de su triste situación. El nudo en la garganta, sin embargo, se sentía a punto de salir de su boca cual proyectil; y las lágrimas comenzaron a acumularse en sus ojos, dispuestas a recorrer sus mejillas.

         El reflejo le mostraba una apariencia de derrota. Su atuendo estaba impecable, pero su maquillaje se había arruinado por culpa de su estúpido llanto. Se sentía humillada, y odiaba esa sensación. ¿Acaso era tan irrelevante para las personas? ¿Tan fácil era de olvidar? Ella esperaba que no fuera así, pues siempre trataba de ser una persona agradable; y el chico parecía interesado en ella, pues fue él quien la invitó a salir, ¿entonces por qué?

         Lo peor es que ella estaba dispuesta a soportarlo cuantas veces fuera necesario. Su romántica interna le repetía constantemente que era parte del duro proceso de encontrar el amor, ese que tanto ansiaba tener y que haría hasta lo imposible por conseguirlo… porque todo sería mejor con una persona a su lado.

         La imagen ideal del amor de su vida es una que se había formado desde pequeña y, aunque sabía en el fondo que era una mera fantasía, no podía evitar querer que fuera realidad. Deseaba con todo su corazón encontrar a ese hombre por el que su mundo cambiaría; por el que se volvería su mejor versión de ella; y a quien se entregaría devotamente… pero todo indicaba que no estaba en su destino próximo.

         Decidió lavar su cara para corregir lo que su llanto había causado, pero se vio interrumpida cuando su teléfono sonó. Tenía un nuevo mensaje de un número desconocido; y al abrirlo, descubrió que era de él. Describía una situación de emergencia que le consumió buena parte de su tarde. Su corazón se revolvió un poco, tras sentir una pizca de esperanza; e intentó calmar sus emociones.

Estaba dispuesta a contestar el mensaje, cuando el celular volvió a sonar, pero esta vez era una llamada del mismo número. Suspiró hondamente antes de deslizar el ícono verde en su pantalla, y en cuanto su teléfono alcanzó su oreja, escuchó:

—Lo siento mucho. ¿Aceptarías salir de nuevo? Espero hayas leído el mensaje: lo que pasa es que…

La voz del chico pasó a segundo plano. Ella sólo escuchaba el palpitar de su corazón que retumbaba con fuerza en su interior. Quizá, pensó, su destino estaba más próximo de lo que creía.

Título de una canción de Panda.