Páginas

09 marzo 2012

I'll Be Waiting

Esa mañana supe que algo era diferente. Recién abrí los ojos algo no era normal: ni una pizca de sueño tenía, sino una felicidad incontenible invadía mi cuerpo esa mañana. Ese día debía ser el día.

     Decidí arreglarme como nunca lo había hecho: un poco por aquí, otro poco por allá… Todo tenía que ser perfecto. Elegí mi mejor vestido, ese verde que tanto me gustaba; me peiné de una manera elegante pero sencilla; tomé mis tacones que combinaban con mi vestido y me los calcé con gracia. Se hacía tarde y tenía que llegar a tiempo.

     Salí velozmente de casa. Caminé por calles y avenidas, esquivé gente y choqué con unos pocos. Avancé casi volando, siendo toda una proeza tomando en cuenta la altura de mis tacones. Debía llegar a tiempo. Durante la carrera recibí varios piropos que sólo me hicieron sonrojarme, mas eso significaba que mi tiempo invertido en ponerme guapa había funcionado. Un par de cuadras más y llegué a mi destino.

     Esa vieja cafetería emitía el característico y delicioso olor a café, que se apresuraba a llegar a mi olfato, lo que me abrió el apetito y alegró más mi día. Ordené lo de siempre y me senté en mi lugar favorito. Sólo debía esperar.

     Los minutos pasaron y se fueron convirtiendo en horas. Logré ver desde mi lugar cómo el brillante sol matutino avanzó, hasta que desapareció para ser reemplazado por la juguetona luna. Y así como vi pasar el tiempo, también observé a muchas personas entrar o salir del local, cada uno con una historia distinta. Gente de todas formas y colores. Todos menos él.

     Todo había sido en vano. Era estúpido pensar que él vendría a verme. Cada día iba a ese lugar: el lugar donde nos conocimos, donde comenzó nuestra historia. Jamás llegó. Jamás.

    Le di un último sorbo a mi segundo café del día y me levanté, desesperanzada, triste, sintiéndome abandonada, estúpida… Mal.

     Tan metida en mis pensamientos estaba que no me di cuenta de que él estaba justo detrás de mí. Sentí sus brazos abrazándome, sorprendiéndome. Era el abrazo más hermoso que había recibido en mi vida: cálido, amoroso, sincero. Su voz susurrándome al oído con un ¿Me extrañaste? recorrió cada parte de mi cuerpo, como la sangre corriendo por mis venas, causando una alegría indescriptible. Giré para ver su rostro, su hermoso rostro que ansiaba ver desde hacía tiempo: sus penetrantes ojos me observaban con la mirada más dulce; su sonrisa, tan blanca y brillante, me hizo sonreír; su cabello tan suave, aquél que me enamoró, estaba tan perfectamente peinado. Él era tan atractivo que sólo pude besarlo. Sus labios eran mi droga favorita.

     Él retrocedió un poco, mirándome a los ojos. Yo devolví la mirada y le susurré desde el alma Te amo, pero algo no estaba bien. No dijo nada. No mostró emoción alguna. Nada. Tomó mi rostro y secó delicadamente mis lágrimas. Se acercó a mi oído y dijo dulcemente: Despierta.


     Abrí los ojos, húmedos y un poco hinchados. Él no estaba ahí. Su lado de la cama estaba tan vacío como siempre. Sólo yo y mi soledad habitábamos la recámara a la mitad de la noche. Miré el reloj que se encontraba sobre el buró. Dos de la mañana. A su lado se encontraba la fotografía de nuestra boda. Masoquismo puro. Después de que transcurriesen dos meses desde su funeral, mi mente inconsciente seguía jugándome trucos sucios. Horribles. Aun así, hubiese preferido no despertar.



Título de una canción de Adele