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29 mayo 2012

Si Muriera Mañana

Si muriera mañana, ¿cómo sería?
Si muriera mañana, ¿dónde estaría?
Si muriera mañana, ¿con quién estaría?
Si muriera mañana, ¿quién lloraría?
Si muriera mañana, ¿quién me vería?
Si muriera mañana, ¿en ataúd estaría?
Si muriera mañana, ¿qué panteón sería?
Si muriera mañana, todo acabaría.
Si muriera mañana… No lo querría.

13 mayo 2012

Historia de un Sueño

El sol se asomaba lentamente, a la vez que sus ojos se abrían. Despertó sintiéndose diferente. Sabía que el día que tanto ansiaba había llegado. Era el día.
      Libertad.
     Su corazón se aceleró con el simple hecho de pensarlo. La jaula que la había contenido por tanto tiempo finalmente iba a abrirse.
     Correr. Volar. Soñar. Era todo lo que quería hacer. Que el viento golpeara su rostro. Que el calor del verano o el frío del invierno no importara para ella. Al fin sería libre.
     Se preparó para su gran día. Una sonrisa ocupaba la mayor parte de su cara. Esta vez no era falsa, sino que en realidad la alegría la hacía sonreír. Nada sería malo.
     Sintió entonces ese tirón tan habitual, seguido de un movimiento involuntario de su mano. Saludaba a la audiencia que aplaudía entusiasmadamente. Un par de jalones más y comenzó a moverse con gracia a través del escenario, casi flotando, con la delicadeza de una bailarina.
     Su mente recordaba todos los malos ratos del pasado. Los tormentos, los llantos, las pesadillas. Todo lo que su persona había hecho inconscientemente, por culpa de la estupidez que la cegaba para mal. Pero ya no más.
     El acto final. El clímax. El momento perfecto.
     Sintió la emoción de la persona. Disfrutaba su trabajo. Disfrutaba el controlarla. 
     La llevaba cuesta abajo, cerca de la hoguera que resplandecía en lo más bajo del escenario. Dante parecía estar equivocado: no era hielo, sino una enorme flama lo que la mataría.
     Es hora, pensó, y con gran esfuerzo logró sacar una navaja que había escondido la noche anterior en su sostén. La persona se espantó, pues no sabía que pasaba. Eso no estaba planeado. Su sumisa compañera se había rebelado.
     Desde arriba vio como cortaba una a una las cuerdas que la ataban. Logró contemplar lágrimas en su rostro, pero dudaba que fueran producto de la tristeza. ¿Dolor? ¿Alegría? Tal vez masoquismo.
     La última cuerda cayó y la persona no sabía qué hacer. Su compañera ya no hacía lo que ella quería. Había perdido el control.


     La audiencia estaba impactada. No podían creerlo. El espectáculo no debía ser así.
     Dejó caer la navaja y recolectó todas y cada una de las cuerdas que la habían atado por tanto tiempo. Avanzó hacia la hoguera y las dejó arder. Sonreía con satisfacción. Todo había acabado.
     Las manos de la persona comenzaban a quemarse, pues estaba tan aferrada a los lazos que las unían que no supo cómo quitárselos.
     Un chillido de dolor retumbó por la sala. La audiencia huyó al ver que el escenario también había comenzado a arder bajo el calor de las llamas. Todos se habían ido, menos ella. Esa quien había logrado liberarse.
     El silencio inundó el escenario, sólo se oía ese peculiar sonido del fuego, como el de una chimenea en un frío día invernal. Y ella estaba ahí, viendo cómo todo ardía.
     Su vestido fue alcanzado por una pequeña flama, lo que provocó que se quemara poco a poco.
     Pero eso no importaba.
     Libertad.
     Por fin, por unos pocos segundos, había olvidado ese ácido sabor de boca, siendo reemplazado por un sabor de chocolate. Delicioso. Cálido. Agradable.
      Así es como sabe el ser libre.
     Cerró los ojos, ignorando el dolor de sus ahora quemados muslos. Era cuestión de tiempo para que lograra una total libertad.
     Que el sueño comience, fue su último pensamiento antes de ser consumida por el fuego.



Título de una canción de La Oreja de Van Gogh